martes, 25 de septiembre de 2012

EL DÍA QUE PERDIMOS LA DEMOCRACIA Y PRIMEROS PASOS PARA RECUPERARLA


Firma invitada: Vicente Jiménez
Miembro de la Red de Blogs Comprometidos


Hace muchos años, en cierta ocasión, el que era entonces vicepresidente del gobierno, Alfonso Guerra, enseñó el plumero y mostró su verdadera cara causando un enorme revuelo mediático. Sin ningún pudor, no se le ocurrió otra cosa que soltar una de las afirmaciones más tristes, desafortunadas y pavorosas que se pudieron espetar en aquellos delicados momentos iniciales de nuestra democracia: “Montesquieu ha muerto”. Con ello quería decir que, ya que Felipe González había obtenido una mayoría absoluta aplastante, nos fuésemos olvidando del estado de derecho. No cabe duda que fue sincero; eso sí, después de ganar las elecciones.

La reacción de los medios y de los políticos, en aquel momento, fue rasgarse las vestiduras y ponerlo de vuelta y media. A toro pasado, me pregunto si aquellos ríos de tinta y aquellas críticas eran sinceras o no. Lo que sí es cierto es que el partido socialista puso la primera piedra. Después, los demás se plantearon: “¡Oye! ¿Por qué no nos subimos también al carro? Matemos todos a Montesquieu y que jamás levante la cabeza”.

En mi opinión, ese fue un punto importante de no retorno. El PSOE abrió la veda para que los partidos políticos disfrutaran de un amanecer donde no iban a tener normas que acatar; las pocas que tuvieran se las podrían inventar; o ni siquiera tendrían que cumplirlas, si se daba el caso. Ese luctuoso suceso nos condujo a la barra libre de corrupciones, despilfarros y todos los cánceres que han destruido nuestra democracia y nos han arruinado a los ciudadanos, pero no a los políticos, a los sindicatos, etc.

Y no, no es sólo por la crisis mundial. Hemos sufrido también una crisis interna, no menos devastadora y no sólo económica, sino también de valores e identidad, cuyos efectos no dejaremos de padecer, si no ponemos remedio. Desgraciadamente, esta situación fue la crónica de una muerte anunciada, porque antes habíamos aprobado una Constitución que dejaba no una puerta abierta, sino todo un arco del triunfo, por  donde ese tipo de tropelías pudieran desfilar triunfantes, sin crítica ni oposición.

Para el profesor y periodista Roberto Abadía, la “Constitución del 78 prefirió sustituir la división política del poder por la división social de los poderes del Estado. […] La transición española instituyó una monarquía de partidos. Y estructuró un parlamentarismo con una mera separación de funciones. El difuso límite entre la función ejecutiva y la legislativa nos permite advertir que el verdadero poder no reside en ninguna de ellas, sino en la cúpula del partido con más votos” (*)

Este pequeño detalle es el que permitió mandar al cadalso a Montesquieu, sin juicio previo ni nada. Para el filósofo y ensayista ilustrado, el Estado de Derecho se fundamentaba en tres pilares: los poderes ejecutivo, legislativo y judicial; y una de las principales funciones, obligadas a cumplir por cada uno de ellos, siempre sin remisión y en constante divorcio entre sí, era la de permanecer en perpetua tensión. Debían desconfiar permanentemente el uno de los otros dos, para vigilarse entre sí y evitar los excesos de cualquiera de ellos.

Otro de los pequeños detalles que también contribuyó al ostracismo de Montesquieu fue el sistema proporcional de las listas que, en nuestro caso, son cerradas y bloqueadas, pero que, como muy bien apunta el profesor Abadía, poco importaría que estuviesen abiertas y desbloqueadas, ya que el verdadero poder consiste en incluir a los candidatos en las listas, no en la posibilidad concedida al votante para rechazar a alguno de los incluidos.

Así que el chocolate estaba servido. Los políticos, fuesen honrados o no, han acabado en el triste papel de servir fielmente al jefe de su partido, a cambio de unas prebendas que, en más ocasionases de las deseadas, por su perfil formativo y humano, difícilmente habrían obtenido en la sociedad civil.

Por todo lo anterior, necesitamos urgentemente un balón de oxigeno. De momento, el contrapeso al poderío avasallador conquistado por la casta política es  la participación activa de los ciudadanos en política. Para ello, no estamos faltos de herramientas: redes sociales, periódicos, tanto de papel como digitales, blogs, cartas a representantes y autoridades políticas, peticiones públicas, participación activa dentro de los partidos por parte de quienes militen en ellos, creación de webs críticas y también la convocatoria de movilizaciones y manifestaciones públicas. Es fundamental, en una situación como la que vivimos, que cada ciudadano se sienta partícipe y co-responsable.

Sería un primer paso, a fin de recuperar algo del poder que se le arrebató al pueblo. Éste es uno de los motivos por los que la Red de Blogs Comprometidos ha realizado un simulacro de e-democracia, aplicado concretamente al espinoso asunto de qué hacemos ahora con las autonomías; o, más bien, intenta plantear civilmente la cuestión a instancias superiores mediante la presión ciudadana. Por lo tanto, en nombre de todos mis compañeros, me permito sugerirles y pedirles que participen en la encuesta que estamos haciendo, votando por una de las opciones propuestas; y, si no les gusta ninguna de ellas, no voten nada, pero expongan sus motivos y valoraciones haciendo comentarios a final del post. Quien sabe: puede ser la primera piedra que haga de contrapeso a la que puso Alfonso Guerra, en nombre de su partido, haciendo un “mal uso” del poder que el pueblo le había confiado.

*** 

Frases célebres de Montesquieu:
·  “Cuando un gobierno dura mucho tiempo se descompone poco a poco y sin notarlo”.
· “Para ser realmente grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella”.
· “No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia”.
· “El hombre de talento es naturalmente inclinado a la crítica, porque ve más cosas que los otros hombres 
   las ve mejor”.

(*) Roberto Abadía, Mando a Distancia - Herramientas Digitales para la Revolución Democrática, Editorial Manuscritos, Segunda Edición, 2011.