“Óstrakon” o
lista abierta en la democracia ateniense
Destierro
para Jordi Cañas. El pasado 19 de abril de 2014, en Diálogo Libre (DL), leí con mucho
interés una noticia titulada “Piden
el destierro para Jordi Cañas”. Según DL, el grupo musical Brams, en una de
las canciones de su nuevo disco, titulada
“Ordre d'allunyament”, pide la
orden de alejamiento para el ex diputado de C’s, Jordi Cañas, obligado a
dimitir de su cargo político por presunto fraude fiscal. ¿Las razones para tal
condena musicalizada? Según los inquisidores del grupo Brams, por "haber ensuciado
la lengua (me imagino que la catalana; ¿y cómo
se hace eso?), por
pretender hacer enfrentamiento, sembrando discordia.
Por querer imponer la tuya” (me imagino que la lengua común de todos, el
español o el constitucional castellano)”. En definitiva, por la defensa que el
ex diputado de C’s ha hecho del español en Cataluña, denunciando
la inmersión lingüística. Con su canción condenatoria del hoy ex diputado
Sr. Cañas, este grupo musical, oriundo de Berga, me ha hecho recordar la “ley del ostracida”, aplicada a partir de
487 a.
C., tanto en Atenas como en algunas otras “polis-estados” griegas (Árgos,
Megara, Mileto y Siracusa).
Ley del ostracida y democracia. Según esta ley, en Atenas y en las
precitadas ciudades-estado de la Grecia clásica, cada año (entre enero y
febrero), una vez recogidas las cosechas, los ciudadanos se reunían en el
ágora, en asamblea solemne (“catekklesía”).
Y lo hacían para designar, democráticamente, la o las persona(s) que debía(n)
ser condenadas a ostracismo (i.e. desterradas). Para ello, los votantes
escribían, con un punzón, sobre una fragmento de cerámica o sobre una concha de
ostra (“óstrakon”, en griego; de ahí
el nombre de ostracismo), el nombre o los nombres de aquellos ciudadanos o
políticos cuyo destierro era necesario, porque ponían en peligro la democracia,
el bien público y el bienestar social. En Siracusa se escribía el nombre del condenado
sobre una hoja de planta (“pétalon”,
en griego; de ahí que se hable, en este caso, de “petalismo”). Aquellos que obtenían mayoría de votos debían
abandonar la ciudad, en un plazo de 10 días, y permanecer exiliados durante 10
años; o durante 5, en el caso de Siracusa.
· Con esta
genuina y prístina práctica democrática, los ciudadanos griegos luchaban y se
protegían contra la tiranía; contra el abuso, el beneficio propio, la omisión o
la negligencia en el desempeño de los cargos públicos; contra la
acumulación excesiva de poder; contra la
corrupción; y contra el secuestro de las libertades públicas. La “ley del ostracida” era, por lo tanto, un arma democrática contra la casta política
que representaba un peligro para la comunidad y para la democracia. Era un
mecanismo de autodefensa popular del
bien público. Era un voto de pérdida de
confianza política. Se trataba, en suma, de un antídoto o medida preventiva
contra las intrigas y conjuras de la casta política, que podían debilitar y/o
anular la genuina democracia directa griega.
· Según la
sabiduría popular, el “homo politicus”,
como la cabra, siempre tira al monte; y, según la sabiduría clásica, “homo homini lupus”. Por eso, incluso en
la Grecia clásica, —cuna de la democracia, ejemplo en tantos campos y contribuyente
neta al acerbo cultural occidental— la “Ley
del ostracida” también se desvirtuó con el tiempo y empezó a ser utilizada
torticeramente para deshacerse de personajes incómodos e influyentes o
contrincantes políticos, así como para buscar chivos expiatorios. En efecto, el
análisis grafológico de centenares de “ostraca”
(conchas o trozos de cerámica) ha permitido constatar que los nombres inscritos
en ellas sólo habían sido cincelados por una docena de manos diferentes. Esto
denota que las “ostraca” se
preparaban de antemano y se distribuían a los votantes, lo que implica que el
voto estaba dirigido y/o manipulado. Ahora bien, este uso torticero no pone en
entredicho la institución de la“ley del ostracida” sino, una vez más, el
uso que de ella se ha hecho, también en la Grecia clásica, por parte de la
casta política.
Democracia
“formal” española. La “ley del
ostracida” prístina está en las antípodas de la llamada “democracia formal” actual española
(aquella del “tú, vota y calla durante 4 años, hasta que
vuelva a pedirte el voto para que yo pueda seguir amorrado a las ubres de los
presupuestos del Estado”). En efecto, la denominada “democracia formal”
española es una falsa democracia o una farsa, ya que la auténtica es aquella
que no necesita ni uno, ni dos,… ni ocho apellidos vascos o catalanes o... La
democracia auténtica, la genuina, no necesita ser adjetivada o calificada. Es democracia
a secas y punto. La democracia con apellido (la formal) es un sucedáneo, una
mala copia de la auténtica (la directa), que ha sido puesta en circulación en
ese desprestigiado y fraudulent0 bazar chino en que se ha convertido la vida
política española.
· La
regeneración del putiferio político español a todos los niveles, sólo será
posible si se instaura y se aplica rigurosamente el espíritu de la “ley del ostracida”: alejar de la actividad
política a todos aquellos que llegan para servirse de ella en beneficio propio
y no para servir a la sociedad y a los ciudadanos. El poder no les ha
corrompido, como se suele decir, son ellos los que han corrompido el poder. Por
eso, es absolutamente necesario implantar las listas
abiertas completas (votar a personas y no a partidos); y, como
complemento imprescindible, poder no sólo revocar
a los elegidos, sin esperar 4 años, sino también inhabilitarlos para la vida política (condenarlos a ostracismo), si
no cumplen con el programa con el que se presentaron a las elecciones. Además,
en los tiempos que corren, no es de recibo el aforamiento (el derecho de
pernada político) del que gozan los de la casta política.
·
Por otro lado, habría que resucitar a Montesquieu y con él la división de poderes, para que se limiten
mutuamente y no estén conchabados como sucede ahora. La separación de poderes
es la base de la seguridad jurídica, que es a su vez el fundamento del Estado
de derecho. Por eso, los ciudadanos españoles han perdido la confianza en la
justicia, que es vivida como una injusticia (por lenta, por ser un producto de
lujo para el ciudadano medio-bajo, por no ser ciega, por ser dependiente del
poder ejecutivo, etc.). Para terminar, y sin ánimo de ser exhaustivo, quiero
subrayar que es un imperativo vital el instaurar y el exigir la democracia
interna en todos los partidos, incluso en aquellos que se pavonean de hacer
política de otra forma (C’s, UPyD, etc.) y acabar con las amenazas testiculares
de los Alfonso Guerra de turno, que
utilizan el látigo amenazador que esculpe, en las mentes de los militantes, el
mensaje conminatorio: el que se mueve no sale en la foto.
·
Por todo ello y como escribí en otro lugar, no es una casualidad sino
una causalidad que la casta política
española tenga mala prensa, desde hace muchos años: es el segundo problema más
importante para los españoles, según el CIS; sale del “todo a cien de los partidos”, según el verbo certero de una
todóloga de pro; no es la solución de los problemas de España, sino parte
de sus problemas, según José Saramago,
que no es sospechoso de ser antidemócrata, cuando escribió que “sin política
no se puede organizar una sociedad. El problema es que la sociedad está en manos
de los políticos”.
· Ahora bien, no pidamos
peras al olmo. Como reza un aforismo mejicano, “estamos en una pocilga donde los cerdos no se dan dentelladas ni se
comen unos a otros”. O, como dice la sabiduría popular, perro no come carne
de perro. La regeneración no caerá
del cielo como el maná, cuando los judíos huían de Egipto y atravesaban el
desierto. Esto sólo se conseguirá, si
los ciudadanos les obligamos a ello. ¿Cómo? No asistiendo ni participando en
eso que la casta política de todo signo llama “fiesta de la democracia” y que, en realidad, no es más que un
contubernio en el patio de Monipodio, para repartirse el territorio de sus
fechorías y el botín conseguido. Pensando
en las sucesivas campañas electorales que se avecinan, yo me pregunto e invito
a los lectores a que se pregunten, como lo hacía, muy atinadamente, hace
algunos meses, J.J. Millás: “¿Quién iba a decirnos que el mejor modo de
votar sería no hacerlo?”.
Coda: « Je ne
demande pas à être approuvé, mais à être examiné et, si l’on me condamne, qu’on
m’éclaire » (Ch. Nodier).
© Manuel I. Cabezas González
Publicado en Diálogo Libre y Fundación para la Libertad.
10 de mayo de 2014