Destrozo ecológico a causa de una mina a cielo abierto.
·
Hace algunas semanas leí el artículo de Julio Llamazares, titulado asertiva y perentoriamente “The
end”. En este texto levanta acta de defunción definitiva de las actividades
mineras en León, con el cierre de la última mina en activo (La Escondida), en el Valle de Laciana.
Así, resignada, sumisa y acríticamente, Llamazares baja el telón sobre el
escenario donde actuaron y se afanaron, en tiempo de vacas gordas, más de
40.000 mineros.
· Como hijo de minero que soy y nacido también
en un pueblo minero, Almagarinos (El Bierzo Alto), he retomado el título
afirmativo (“The end”) de Llamazares
y lo he transformado en una interrogación (“¿The end?”). Con esta interpelación me pregunto si más de 150 años
de actividad minera pueden acabar, sin más, con una simple esquela de
defunción. Si hay que poner “the end”
a la actividad minera en León, hay que morir, no matando como dice una
expresión popular, sino exigiendo al menos responsabilidades por tal “minacidio”.
· El "The end" de
las minas de carbón de El Bierzo se veía venir desde hace varias décadas. Era
una muerte anunciada por los recortes constantes de plantillas, por el cierre
progresivo de explotaciones, por las manifestaciones, las huelgas y las marchas
pronosticando y denunciando lo que iba a suceder, por las promesas incumplidas
y las soluciones ineficaces; en definitiva, por el blablablá, sin ningún resultado
tangible, de lo políticamente correcto de los políticos de turno.
· En efecto, hace ya algunas décadas, se empezó a propagar la idea
cierta de que el carbón español era mucho más caro que el importado y, por eso,
el autóctono era subvencionado: una tonelada de nuestro carbón costaba el doble
o más que el importado. Más tarde, a causa del CO2 producido por su combustión
en las centrales térmicas, los ecologistas lo demonizaron y empezaron a
acusarlo de ser también el responsable de la contaminación del medio ambiente y
del cambio climático. Este discurso lo compraron los de la casta política,
nacional y foránea, y el carbón fue declarado combustible non-grato en la
producción de la vital y necesaria energía eléctrica; y empezó a ser sustituido
por otras fuentes de energía renovables. Por eso, hoy, el carbón sólo cubre el
10% de las necesidades energéticas. Además, como correlato y como consecuencia
lógica e inevitable, se puso en la picota y se condenó a muerte, a muy corto
plazo, las centrales térmicas, grandes devoradoras de carbón y, por lo tanto,
también grandes contaminadoras.
· Así, hemos llegado a 2019, con todas las minas de carbón de España
cerradas. Sólo dos minas parece que van a quedar activas, previa devolución de
las ayudas recibidas para que cerraran: una mina de montaña, en Caboalles de
Arriba (León); la otra, una mina a cielo abierto, en Ariño (Teruel). Y, por
otro lado, ya se ha anunciado también, para un futuro muy próximo (2020), el
cierre de la mayor parte de las centrales térmicas de España. En León, cerrarán
la de Compostilla, la de Anllares y la de la Robla. Estos cierres son la
consecuencia lógica de la muerte de las minas de carbón: si no hay carbón, no
se podrán alimentar a las centrales térmicas y tendrán que cerrar
irremediablemente, además, por contaminantes y por imperativo de la Unión
Europea.
· Estos son los hechos descarnados. Y estos hechos han provocado y
siguen provocando consecuencias muy negativas y problemas muy graves. Por un
lado, las comarcas mineras están languideciendo y muriendo por la falta de otra
actividad económica alternativa. En este proceso de liquidación de la economía
del carbón, los sindicatos han sido cortoplacistas y sólo se han preocupado por
conseguir prejubilaciones (a partir de los 48 años) para los mineros afectados,
sin tener una visión sistémica, a medio y largo plazo. No se han ocupado de la
creación de un tejido industrial nuevo, alternativo al monocultivo del carbón,
ni de la parte del carbón en el mix energético, ni de las investigaciones para
convertir el carbón en una energía limpia. Y, como consecuencia, esto ha
acelerado y agudizado la crisis demográfica que sufren las comarcas mineras.
Ante estos efectos tan desastrosos, lo lógico y razonable hubiera sido no cerrar
ninguna mina hasta que no existiera una alternativa sólida de empleo real.
· Alternativas a la crisis del carbón y de la demografía, haberlas haylas
y las ha habido. Basta con citar los Fondos Miner y otras ayudas, que han
llegado abundantemente a las comarcas mineras y que no han permitido ni llevar
a cabo una “transición energética”
justa y ordenada, ni la industrialización
alternativa al cierre tanto de las minas de carbón como de las centrales térmicas. Por eso, debemos
preguntarnos: ¿Qué se ha hecho con el maná europeo
y nacional? ¿Quién lo ha despilfarrado o simplemente distraído o robado?
¿Quiénes son los ladrones del presente y del futuro de El Bierzo, que han
disparado con pólvora del rey?
· Por otro lado, hay que
citar la suerte corrida por la CIUDEN (la Ciudad de la Energía de Ponferrada), también
financiada en parte por la Unión Europea y en la que se depositaron todas las
esperanzas para que fuera la locomotora que dotara de músculo económico a las
comarcas mineras de El Bierzo. Entre otras funciones, la CIUDEN debía llevar a
cabo precisamente las investigaciones pertinentes para capturar, transportar y
almacenar en el subsuelo las emisiones contaminantes del CO2 de las centrales
térmicas. De esta forma, el carbón se convertiría en una energía limpia y serían
indultadas tanto las minas como las centrales térmicas. Ahora bien, con la
llegada de Mariano Rajoy al Gobierno de la Nación en 2011, se le cortó la
financiación, se olvidaron sus objetivos y funciones, pasando a mejor vida. Sin
embargo, Islandia retomó el proyecto abandonado por la CIUDEN y lo confió a un
grupo de investigadores internacionales, que consiguieron, en dos años, en la planta geotérmica Hellisheidi de Reykjavik
Energy, capturar, transportar y almacenar el
CO2. Así, el carbón se ha convertido en una energía
limpia y, por lo tanto, las minas deberían ser indultadas.
· Ante los hechos narrados, creo que no se
puede poner el "The end" a
la actividad minera berciana, como titula Julio Llamazares su artículo, sin
pedir responsabilidades a aquellos que han conducido al desastre y a la miseria
económica, sin ninguna alternativa viable, a las comarcas mineras de El Bierzo:
los empresarios del carbón y sus cómplices necesarios de la casta política y
sindical. Por eso, lo razonable y necesario sería denunciar a los responsables
de este latrocinio, genuinos expoliadores, que se han comportado como una
auténtica “élite extractiva”. No
pueden irse de rositas, no pueden seguir amorrados a las ubres del erario
público, después de haber perpetrado impunemente sus latrocinios y fechorías. Por
sus actos, han sido alumnos aventajados del “coge
el dinero y corre” (título de una película de Woody
Allen), dejando a las
generaciones presentes y futuras una economía y un ecosistema hecho unos
zorros. Y esto no puede quedar impune.
©
Manuel I. Cabezas González
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28 de enero de 2019