Esta dicotomía (“lengua vehicular”: catalán vs. “lengua curricular”: castellano) no es el resultado de un debate auténtico, reposado y argumentado sino el fruto del contubernio, en el patio de Monipodio catalán, entre nacionalistas-independentistas-golpistas (ERC, Junts, Comuns y PSC). ¿Cómo se llegó a este desenlace, en esa guerra que se traen entre manos el TSJC —con sus sucesivas y reiteradas sentencias condenatorias de la política lingüística catalana— y el Gobierno de la Generalidad de Cataluña —con el desacato permanente y sistemático a las mismas— ante la actitud expectante y leguleya de los que se tildan “defensores del español en Cataluña”? Veamos.
Desde hace demasiados años, la Generalidad de Cataluña ha estado jugando al ratón y al gato con los tribunales de justicia. En diciembre de 2020, el TSJC emitió una sentencia firme (5201/2020, de 16 de diciembre), con la que obliga a la Generalidad a tomar las medidas necesarias para garantizar, de manera efectiva e inmediata, la enseñanza mediante el uso vehicular normal de las dos lenguas oficiales (catalán y castellano), en porcentajes que no podrán ser inferiores al 25%. Ante los oídos sordos y la inacción de la Generalidad, a principios de mayo de 2022, el TSJC emitió un auto requiriendo al Consejero de Educación de la Generalidad para el cumplimiento de la sentencia, en un plazo máximo de 15 días.
La Generalidad, para escurrir el bulto y no cumplir la sentencia, quiso utilizar la vía parlamentaria mediante una “Proposición de ley sobre el uso y el aprendizaje de las lenguas oficiales en la enseñanza no universitaria”. Ahora bien, esta coartada torticera fue abortada por VOX, C’s y el PPC, al solicitar el dictamen de la misma al Consejo de Garantías Estatutarias. Entonces, el Gobierno de la Generalidad se vio obligado a improvisar una vía alternativa y una coartada nueva, para seguir en sus trece, aprobando el “decreto ley 6/2022, de 30 de mayo, sobre la elaboración, la aprobación, la validación y la revisión de los proyectos lingüísticos en la enseñanza no universitaria”.
Tanto la “proposición de ley” abortada (pero, finalmente ratificada por el Parlamento de Cataluña, el 8 de junio de 2022) como el “decreto ley” pretenden escamotear el cumplimiento de la sentencia del TSJC y, por eso, el contenido de ambos textos es coincidente. Por un lado, rechazan el uso de cualquier tipo de porcentaje para determinar el peso vehicular del catalán y del castellano. Además, precisan que el catalán, como lengua propia de Cataluña, es la lengua normalmente utilizada, la “lengua vehicular” y de aprendizaje y la lengua de uso normal en la acogida del nuevo alumnado. Sin embargo, reservan para el castellano la condición de “lengua curricular”, que no es lo mismo que “lengua vehicular”, como analizaremos a continuación. Por otro lado, la regulación de los usos y del aprendizaje de las lenguas oficiales debe hacerse, precisan hipócritamente, con “criterios pedagógicos y sin perder de vista los políticamente correctos “objetivos de la normalización lingüística”. Finalmente, al final de la escolaridad obligatoria, los alumnos deben haber adquirido el dominio oral y escrito de las dos lenguas (catalán y castellano), algo inalcanzable, en el caso del castellano, al no ser lengua vehicular.
En los enlaces dados en el párrafo anterior, se desvelan algunas de las mentiras y de las incoherencias de la política lingüística en Cataluña. Por eso, a continuación, sólo se harán algunas consideraciones relativas a la dicotomía, que opone el catalán, “lengua vehicular”, al castellano, “lengua curricular”.
Las lenguas, fruto de un consenso social, son y deben ser siempre instrumentos funcionales, para facilitar la vida en sociedad. Por lo tanto, nadie (y menos aún cualquier piernas de la casta política catalana) puede violar las reglas del contrato lingüístico y preñar —a su antojo y a la ligera—, las unidades lingüísticas con nuevos significados, para llevar el agua al molino nacionalista-independentista-golpista catalán. Si se aceptase esto, el mito de la torre de Babel sería una realidad. La vida en sociedad sería imposible. Y se instauraría la ley de la selva lingüística y del más fuerte. Por eso, permitamos que hablen las ciencias del lenguaje y de la educación, y escuchemos, al menos, sus aportaciones.
En la enseñanza-aprendizaje de las lenguas, los lingüistas, los pedagogos y los “didactólogos” utilizamos el sintagma “lengua vehicular” para referirnos a la lengua que es utilizada como instrumento para enseñar y aprender las distintas materias curriculares o saberes (geografía, matemáticas, historia, etc.).
Por otro lado, “curricular” y “currículo” son dos términos pertenecientes a la misma familia y tienen un contenido semántico, en parte, común. El “currículo” es el “plan de estudios” o el “conjunto de enseñanzas o materias que, […], han de cursarse para cumplir un ciclo de estudios u obtener un título”, RAE “dixit”. Por lo tanto, aplicar el adjetivo “curricular” a la lengua castellana, como en el sintagma “lengua curricular”, es afirmar que el castellano es sólo objeto de estudio, una materia más y no un instrumento para adquirir conocimientos. En consecuencia, el sintagma “lengua curricular” no es sinónimo de “lengua vehicular”, como quieren hacernos creer los indocumentados políticos de ERC, Junts, PSC y Comuns, asesorados (?) por ciertos lingüistas de cabecera apesebrados, como Albert Branchadell, por ejemplo, cuya deontología profesional deja mucho que desear.
La dicotomía “lengua vehicular vs. lengua curricular” ha sido el último parto de la ingeniería lingüística de la casta política catalana, para ningunear una vez más a los tribunales y perpetrar un nuevo desacato a las sentencias judiciales. No podemos dejarnos robar el lenguaje. Si lo permitimos, entonces estamos perdidos. Como ha escrito muy acertadamente Santiago Trancón, “el arma más eficaz de la política es el lenguaje. […]. Imponer un término, dominar y controlar su significado, es imprescindible para ganar la batalla política. El que lo logre, gana; el que no, pierde”.
Por eso, hay que tener cuidado con los neologismos de los nacionalistas-independentistas-golpistas catalanes; éstos no dan puntada sin hilo lingüístico. Pero, hay que tener cuidado también con el TSJC que ha fijado arbitrariamente el 25% de la enseñanza en castellano. ¿Y por qué no el 50% o el 70% 0 el 95%?, podemos y debemos preguntarnos. Además, hay que tener cuidado con aquellos que se tildan defensores del español en Cataluña. Éstos han librado batalla tras batalla sólo en el campo político y jurídico, sin conseguir ningún resultado tangible y positivo, olvidando que los argumentos más potentes y contundentes, que no han utilizado nunca, los proporcionan las ciencias del lenguaje y de la educación.
De ahí que haya que cambiar de interlocutores y dirigirse a padres y alumnos para hacerles comprender que de la gestión lingüística depende el buen funcionamiento de la escuela, que adolece de problemas muy graves: abandono escolar prematuro, fracaso escolar, deficiencias gravísimas en las competencias enciclopédicas y lingüísticas de los escolares, por citar sólo algunos. Éstos son los retos y los argumentos de peso, que podrían movilizar a la ciudadanía, para instaurar una política lingüística flexible, racional y razonable, y no los leguleyos.
! Lastima de castellano! Menos mal que tenemos al PP y a V🤮X
ResponderEliminarEstimado anónimo (sin nombre), descarado (sin cara) y desalmado (sin alma):
ResponderEliminar· A pesar de que, en algunos países (Afganistán, por poner un ejemplo), el burka sea el vestido preceptivo para las mujeres, en Honestidad Radical (H.R.), no es deseable ni adecuado ni aconsejado ponerse ante el ordenador parapetado tras el burladero del anonimato, portando un pasamontañas o el islámico burka. Actuar a pecho descubierto es el medio más adecuado para controlar nuestra lengua, en la comunicación oral, o nuestros deditos, cuando nos ponemos delante del ordenador. En efecto, dar la cara, si pensamos en la huella digital que vamos dejando en las RR.SS., nos obligará a pensar dos veces antes de romper el silencio. Precisado esto, que espero tengas en cuenta en tus próximas visitas a este dazibao sin censura que es H.R., quiero hacer dos breves glosas a tu lacónico comentario o punto de vistas
· Afirmas que es una lástima lo que le pasa al castellano en Cataluña. En efecto, es irracional, ilógico, antieconómico, antiprogreso, antipedagógico, anti-… el estatus del castellano en el sistema educativo de Cataluña. Siendo esto muy grave, lo más lamentable y lo más digno de lástima son los niños, jóvenes y adolescentes, a los que se les está privando de viajar en AVE y se les obliga a desplazarse en carro de bueyes. Se les quieren cortar las alas del castellano, para que no puedan volar como águilas reales y para que vivan como aves de corral. De esto tienen que darse cuenta y convencerse los padres y, entonces, se acabaría el juego del ratón y el gato entre la Generalidad de Cataluña y los tribunales de Justicia; y los derechos lingüísticos serían respetados.
· “Menos mal que tenemos al PP y a V🤮X”, verbalizas en la segunda frase de tu comentario. Por tu aseveración, veo que tienes una fe ciega en estos dos partidos (PP y VOX). Ahora bien, creo que hay ser más prudente y desconfiado con los miembros de toda la casta política. Te recuerdo que C's vio la luz para defender precisamente los derechos lingüísticos de los que vivíamos en Cataluña. Y, vista la deriva de Rivera, Arrimadas y demás cuatreros, los de la casta política, cuando tocan poder, sufren una metamorfosis, se olvidan de todo (promesas, principios, valores, objetivos,…) y se centren sólo en disfrutar “sine die” de las prebendas del poder. Y, si te he visto, no me acuerdo. Por eso, moderación en tus creencias y en tu fe ciega. Como reza el lema del Ayuntamiento de Cerdanyola del Vallès (Barcelona), “FACTA, NON VERBA” (“HECHOS, NO PALABRAS”) debe ser la respuesta de los psicópatas yonquis del poder.
Un cordial saludo y no te pido que te presentes en H.R. en pelota picada, simplemente sin el burka del anonimato.
Manuel I. Cabezas
13 de junio de 2022
Mi sensación es de guerra perdida; ha sido relativamente fácil instaurar la medida pero nadie va a atreverse a cambiarla. Este también es el tema. ¿A qué hemos de esperar ahora? ¿Dónde están los salva patrias? ¿Habrá que recurrir a la Legión para devolver las cosas a su sitio? Nadie se atreverá, porque estos preceptos vienen para quedarse y el asunto, el tema, es que se define toda una forma de hacer las cosas. En mi caso soy catalá por los cuatro costados y creo que desde 1300. No obstante, creo en la comunicación y en el trato. También en la educación. Se trata de no aceptar imposiciones, aunque vengan de la mano de muchos parlamentarios. Con lo fácil que es actuar y hablar el libertad...
ResponderEliminarEstimado Ramón:
Eliminar· La guerra no está perdida, disintiendo de ti. Más bien, lo que se han perdido son muchas batallas a lo largo de lo que se ha llamado la “Transición”. Y, si se siguen perdiendo más batallas, entonces la guerra estará perdida irremediablemente.
· Ahora bien, dices y dices bien, según mi humilde opinión, cuando escribes que “ha sido relativamente fácil instaurar la medida pero nadie va a atreverse a cambiarla”. En efecto, los de la casta política de todo signo no se rigen por el sentido común, la lógica, la razón y la legalidad vigente,… Van en busca del poder y, para ello, están dispuestos a todo, incluso a vender a su padre y a su madre.
· En peores plazas ha toreado el pueblo español. En algún momento, aparecerá un Alcalde Móstoles o una Agustina de Aragón que, por cierto, era catalana, para poner los puntos sobre las íes y que cada palo aguante su vela. La capacidad de aguante tiene un límite y no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Algún día se producirá un nuevo Pentecostés, que iluminará nuestro deambular lingüístico por nuestra tierra catalana.
· Y, para esto, coincido contigo, hay que creer y usar generosa y profusamente la comunicación, el buen trato y la educación. Y desconfiar de los cantos de sirena de los de la casta política.
Un cordial saludo.
Manuel I. Cabezas
13 de junio de 2022
Nice Blog... Thanks for sharing this blog.
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