domingo, 24 de agosto de 2025

“Locus amoenus” y “ecolojetas”

 

El “locus amoenus”, junto con el “carpe diem”, el “beatus ille…”, el “tempus fugit” y el “memento mori” constituyen los 5 temas recurrentes latinos, base de la felicidad para los romanos. En efecto, estos tópicos invitan a no dejar para mañana lo que podamos gozar hoy (“carpe diem”), en un contexto o ecosistema agradable, tranquilo, bello, seguro y saludable (“locus amoenus”), alejado del mundanal ruido (“beatus ille…”), como dejó verbalizado Fray Luis de León en su "Oda a la vida retirada", ya que el paso del tiempo (“tempus fugit”) nos conduce, sí o sí, a nuestra meta final (“memento mori”).

El “locus amoenus”

Creo que estos reiterados temas romanos reflejan también la aspiración del ser humano de todas las latitudes y de todos los tiempos; y, cómo no, también, del hombre de principios del siglo XXI. Voy a detenerme y centrarme sólo en el “locus amoenus” que es un tema redundante, desde hace décadas, en la sociedad española, europea y mundial y en los foros internacionales.

Hoy, este tópico latino permitiría designar tanto a la naturaleza virgen y salvaje (cf. parques naturales, parques nacionales, reservas de la Biosfera, etc.) como a la “naturaleza domada o domesticada” por la mano del hombre gracias a las actividades agropecuarias, creando unos “paisajes”, que no tienen nada que envidiar a la naturaleza virgen. Basta con pensar, por ejemplo, en los olivares de Jaén, a los que dedicó un poema reivindicativo Miguel Hernández; en los viñedos de la Rioja —cuyos caldos fueron glosados por uno de los primeros escritores en lengua castellana, Gonzalo de Berceo— de la Rivera Sacra y del Bierzo; en los cerezales del Valle del Jerte; en los naranjales de Valencia; etc.  

Para ilustrar el concepto de “locus amoenus” y ejemplificarlo, voy a referirme principalmente a la comarca leonesa de El Bierzo, un ejemplo paradigmático de “locus amoenus” y edénico. Aunque ha sufrido algunas heridas en el pasado remoto y a lo largo del siglo XX, a causa de las explotaciones mineras a cielo abierto (el paisaje de Las Médulas, patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, desde 1997, y las minas de carbón y las canteras de pizarra y áridos), su estatus de paraíso corre serio peligro.

El Bierzo es la comarca ubicada en el noroeste de la provincia de León,  caracterizada por una orográfica particular: una depresión central (Bierzo Bajo), rodeada completamente de montañas. Durante muchas décadas, la economía giró en torno a la extracción de carbón para producir electricidad. Cuando llegó la crisis del carbón, las actividades agropecuarias han conseguido tener cada vez más predicamento, tanto en cantidad como en calidad. Y, por otro lado, el turismo rural, cultural y gastronómico (por ejemplo, el dios botillo y la variada chacinería) se ha consolidado, basado en los paisajes naturales agrestes y en las actividades agropecuarias “domadoras”, que han transformado y están transformando El Bierzo en un genuino “locus amoenus”, en un paisaje atractivo para todos los sentidos.  

Ecocidio y “ecolojetas”

Ahora bien, desde hace algunas décadas, un peligro se ha abatido ya sobre las tierras de El Bierzo: la instalación de parques eólicos, cada más vez más tupidos y numerosos, que coronan todas las montañas que circunvalan la hoya del Bierzo. Hoy, a finales del primer tercio del siglo XXI, un nuevo ecocidio se cierne, como una espada de Damocles, sobre él y lo amenaza: la siembra de huertos solares, que van a sustituir, si no se hace nada para impedirlo, sus ubérrimas tierras, dedicadas tradicionalmente a una agricultura diversificada y sostenible: frutas, verduras y vinos, la mayor parte de ellos con D.O. Bierzo.

Cuando uno observa el ecocidio perpetrado ya (los parques eólicos) y lo que se avecina (los huertos solares), uno está obligado a levantar acta de “la solución final” de la “naturaleza virgen y salvaje” y de esa otra “naturaleza domada o domesticada” por los bercianos a lo largo del tiempo, creando unos paisajes que la Asociación A Morteira ha recogido en un rosario de fotos para ilustrar icónicamente la obra “Sabios paisajes. Naturaleza y cultura campesina del Bierzo a través de las estaciones” (2020). Hojeando esta obra y ante los paisajes, cincelados al alimón por el hombre y por la naturaleza, sólo se puede estar de acuerdo con el lema que preside la labor encomiable de José Luis Prada: “A la naturaleza no podemos mejorarla, pero lo intentamos a tope”. Esta labor es precisamente la que anima a agricultores, ganaderos y también cazadores, grandes diseñadores y domadores de la naturaleza berciana, y los más interesados en mimarla, conservarla y mejorarla.

En el momento en que redacto estas líneas, unos incendios devastadores están tiñendo de negro-carbón zonas silvestres de El Bierzo y también esa joya del pasado, patrimonio de la humanidad, Las Médulas. Los medios se han hecho y se están haciendo eco, minuto a minuto, de este nuevo ecocidio berciano y de otras zonas de España, como para insistir sobre ello. Ahora bien, ¿cómo, por qué y quién ha propiciado o favorecido estas catástrofes, que han puesto en peligro el presente y el futuro de esta parte paradisíaca de la “España vaciada y vacía”?

No es ajeno a este triple ecocidio (parques eólicos, huertos solares y, ahora, incendios devastadores que están incinerando El Bierzo por los cuatro costados) la codicia de algunos, con la connivencia de otros (los de la casta política que publican en el BOE, decidiendo sobre nuestras vidas y haciendas). Además, no hay que echar en saco roto la influencia real en los poderes públicos, desde hace décadas, de los seguidores de esa nueva religión, la “ecología”. Se trata de los llamados “ecologistas” que, por sus actos e ignorancia supina en materia agropecuaria y cinegética, algunos tildan acertadamente de “ecolojetas: urbanitas desarrapados intelectualmente, que dictan a agricultores, ganaderos y cazadores lo que deben hacer, sin tener ni idea sobre lo que despotrican. Son gentes indocumentadas que viven del cuento y sin dar un palo al agua, vendiendo su influencia real al mejor postor.

En efecto, estos “ecolojetas” y sus hermanos, los “animalistas” —con mucha ideología y muy poca biblioteca— no conocen nada del campo ni de la naturaleza. Y, a pesar de ello, han formado “lobbies” para imponer sus desvaríos: nada de limpiar los bosques de maleza (sotobosque) y de árboles muertos, yesca y energía fósil fácilmente inflamable en caso de incendio; nada de permitir la ganadería extensiva; eliminación de presas, pantanos y azudes en un país con “pertinaz sequía”; etc. Y lo han conseguido, gracias a la cultura “woke”, a la Agenda 2030, a la Ley de Restauración de la Naturaleza, a La Europa Verde y a otras aberraciones sobre el bienestar animal y la “renaturalización” de la naturaleza y el ecologismo mal entendido. Pretenden dar lecciones a agricultores, a  ganaderos y a cazadores, que son los que saben realmente de ecologismo y que son los más interesados en cuidar y conservar la naturaleza. Son como esos adolescentes que pretenden enseñar a sus padres a cómo hacer hijos. Y, en realidad, son como los hunos de Atila: por donde pasan no vuelve a crecer la hierba.

Ahora, con los incendios devastadores, a lo Sodoma y Gomorra, ya no se trata de conservar lo que recibimos de nuestros mayores, que ya no existe, sino de que, como el Ave Fénix, El Bierzo renazca de sus cenizas, provocadas por la incompetencia de la casta política, de alta cuna o de baja cama. Y esto nos va a costar mucho esfuerzo, sudor y lágrimas, pero el empeño merece la pena.  

© 2025 - Manuel I. Cabezas González

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21 de agosto de 2025


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