miércoles, 25 de mayo de 2022

Los neoanalfabetos españoles

  

En la introducción de uno de sus ensayos (*), César Vidal relata su vivencia personal como profesor universitario. Entre 2003 y 2007, impartió docencia universitaria en cursos de posgrado. Sus alumnos, por lo tanto, eran licenciados, doctorandos o doctores, seleccionados entre los primeros de cada promoción de distintas universidades. “Eran la flor y la nata, sin duda, pero una flor y una nata que […] sabía muy poco”, puntualiza.

Por eso, ante la escandalosa carencia de conocimientos de sus alumnos, C. Vidal decidió comenzar cada clase con un sencillo test de 10 preguntas sobre el tema que se iba a abordar en clase. Los resultados obtenidos eran siempre “reveladores… y desoladores”. Y lo peor, sigue puntualizando C. Vidal, es que todos los alumnos estaban infectados con el virus de lo políticamente correcto. Además, en sus trabajos escritos, se mostraban aventajados visitantes del “rincón del vago”: entraban a saco en Internet, plagiando descaradamente lo primero que encontraban.

Ante esta lamentable  y criticable realidad, ratificada por expertos nacionales y por organismos internacionales (OCDE),  C. Vidal no culpa de ello a los depauperados estudiantes sino al desastroso sistema educativo español y al cuerpo docente que, en vez de enseñarles y hacerles adquirir conocimientos con fundamento, les hicieron perder el tiempo con fruslerías. Por eso, para colmar las lagunas culturales de los jóvenes universitarios y para aplacar la sed de cultura de buena parte de la sociedad española, C. Vidal escribió el ensayo precitado. En él explicita el menú, la planificación y la dosificación de “lo que hay que leer”, de “lo que se debe contemplar”, de “lo que se debe escuchar” y de “lo que se debe ver en teatro y en cine”, para ser un “honnête homme” moderno.

Siguiendo el programa propuesto, pero sin escatimar un esfuerzo constante y un trabajo sistemático, precisa C. Vidal, “una persona que comenzara absolutamente de cero, […], al cabo de un año, tendría una cultura superior a la de la mayoría de los jóvenes que entran en la universidad y, al cabo de otro año más,  superaría a la aplastante mayoría de nuestros licenciados”. E, incluso, a los profesores, según Gabriel Albiac, que es catedrático de filosofía en la universidad.

Las graves y decepcionantes constataciones de C. Vidal puede hacerlas también cualquier honesto profesor universitario. Por lo que respecta a los contenidos culturales o enciclopédicos, los estudiantes son, en general, como constata C. Vidal, auténticas “tabula rasa”. Por otro lado, y esto es aún mucho más grave, los nuevos estudiantes llegan a la universidad sin los conocimientos instrumentales absolutamente necesarios para sacar provecho de la estancia en la universidad. En efecto, sus competencias en lectura y en expresión oral y escrita tienen más agujeros que un queso gruyer. Y, con alforjas tan livianas, no se pueden pedir peras al olmo ni ir muy lejos. Y lo más grave de todo es que no son conscientes de esto y, por eso, no manifiestan ningún interés en adquirir estos conocimientos instrumentales para llegar a ser autónomos en las enseñanzas y los aprendizajes universitarios y en la formación continua o continuada posterior; y, así, poder abandonar el estatus de aves de corral, siempre dependientes de esos lazarillos llamados profesores, y volar como águilas reales.

La vivencia  de C. Vidal y la mía propia me han traído a las mientes un ensayo (**) de Pedro Salinas sobre los analfabetos, los alfabetos y los neoanalfabetos. Para él, la lectura y la escritura son dos aprendizajes escolares fundamentales, que transmutan a los seres humanos de “analfabetos” (no saber leer ni escribir), que es el estado congénito del ser humano, en “alfabetos” (saber leer y escribir). Ahora bien, en España, demasiados españoles alfabetizados no leen y no escriben nunca o leen y escriben muy poco y sólo sobre temas profesionales. Según P. Salinas, en ambos casos, por falta de uso, se produce  una regresión, que devuelve a los “alfabetizados” al analfabetismo prístino”, convirtiéndolos en “neoanalfabetos” o “analfabetos funcionales”.

La vuelta al redil del neoanalfabetismo y de la incultura no es fruto de la casualidad sino de la causalidad. Sin ánimo de ser exhaustivo, sólo quiero indicar dos causas. Por un lado, la calidad de la enseñanza en España, que deja muchísimo que desear. En 40 años, ha habido 9 reformas educativas, para disimular los deplorables resultados educativos españoles (abandono escolar, porcentajes de repetidores y de suspensos, deficientes competencias adquiridas por los alumnos, etc.) en las evaluaciones internacionales. Estos cambios normativos han degradado progresiva e inexorablemente la educación española. Para muestra, basta el botón de la última reforma de la ministra Pilar Alegría: se puede promocionar de curso con suspensos, las recuperaciones dejan de ser obligatorias, se puede obtener el título de ESO y de Bachillerato con asignaturas suspensas, recorte de contenidos en historia, en filosofía, etc.

Y, por el otro, el consumo desenfrenado y masivo de los productos accesibles por medio de pantallas (TV, móviles, tabletas, ordenadores,…) ha contribuido a degradar, aún más, las competencias culturales o enciclopédicas y lingüísticas de la población española. El mal uso y el abuso masivos de las  pantallas, como ha quedado demostrado en otro lagar, son fábricas de cretinos digitales, empeoran los resultados escolares, dificultan el desarrollo cognitivo, degradan la salud de los usuarios y, al propiciar la multitarea, no contribuyen a hacer ninguna bien, según los principios de la “calidad total”.  

Hoy, todos los españoles hemos pasado por la escuela y muchos o demasiados, por la universidad. Sin embargo, todo parece indicar que nuestro paso por el sistema educativo no ha permitido inocularnos el virus de la lectura y de la cultura. De ahí, el liliputiense bagaje cultural y lingüístico de las jóvenes generaciones, universitarias o no. Y el desprecio hacia todo lo que huele a cultura y a buen saber-hacer lingüístico.

Ahora bien, si seguimos el programa y el camino propuesto por C. Vidal en el ensayo precitado, conseguiremos tener, como hubiera dicho Michel de Montaigne, no sólo “une tête bien pleine” sino también “une tête bien faite”. Para ello, como reza un mensaje publicitario de Atresmedia, para vacunarnos contra los estragos de las pantallas, “levantemos la cabeza”, que tenemos siempre ocupada por alguna de las numerosas y castrantes pantallas o “cajas tontas”. E inoculémonos a nosotros mismos el virus de la lectura y del comercio lingüístico tradicional, “en tête à tête”, como fuentes prioritarias de divertimento, de ocio, de socialización y de información-formación.

(*) César Vidal (2007), El Camino hacia la Cultura. Lo que hay que leer, ver y escuchar, Planeta, Barcelona.
(**) Pedro Salinas (1983), “Defensa, implícita, de los viejos analfabetos” (pp. 255-274), in El defensor, Alianza Editorial, Madrid. 
 
© 2022 - Manuel I. Cabezas González
www.honrad.blogspot.com 
24 de mayo de 2022
Publicado también en El Confidencial Digital, Alerta Digital, InfoHispania, Periodista Digital, La Tribuna del País Vasco, Revista Rambla, Las Voces del Pueblo, A Fons Vallès, La Paseata, Voz Ibérica, Vegamedia Press, El Correo de España, Diario 16, Insurgencia Magisterial, Off The Record, Diario del Alto Aragón, El Correo Gallego y Bembibre Digital.

4 comentarios:

  1. He comprado el libro de César Vidal. Uno no quiere quedarse atrás y mucho menos cuando lo que se le viene encima es tiempo libre, aunque aún no. No sé por dónde irá el libro, ese catecismo para pensantes, las Leyes del saber pensar, pero supongo yo que en eso se basará la lección; en hacer razonar al sujeto en vez de avivar su listeza, su pillería, en fin, que da gusto ver cómo abunda en nuestros tiempos. Efectivamente hay un desfase insalvable entre comprensión natural y las ganas de acabar con un expediente. Hoy todo es pasar la página. Razonar debería ser, como ha sido hasta ahora, el camino que nos conduce a las soluciones. Puede ser intrincado, molesto, incluso ambiguo, pero siempre dará algún que otro resultado. Más si se confronta, si se acude a otras opiniones, si se comenta para aumentar el sentido del problema, en la necesaria búsqueda para deshacer el nudo. Nada sencillo: hasta Goya dibujó El sueño de la razón produce monstruos. Pero al igual que con la Hidra, hay que sumergirse en el lodo para poder arrancarla de raíz. Todo lo que no es esfuerzo no merece ni tan siquiera ser recordado. Supongo que aumentamos territorio cerebral conquistado cada vez que conseguimos un logro personal pensando y razonando. Como los simples soldados romanos, que como simples autores, conquistaban territorios para el imperio. Nuestro problema es la pereza intelectual, el no pensar y el aprender, demasiado bien, a buscar. He de decir que yo también me he vuelto adicto a las pantallas, aunque a veces necesito reconfortarme, por ejemplo, con cualquiera de los libros de Josep Plá. Por eso he comprado el libro de C.V, y te agradezco, querido amigo, tu personal llamada de atención. No volverá a pasar. Gracias de verdad.

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    1. Estimado Ramón:

      · Hace ya algunos años que merqué el libro de César Vidal y, despacio pero sin pausa, he intentado seguir sus orientaciones sobre los libros que hay que leer, los museos que hay que frecuentar, el cine y el teatro que hay que visionar, y la música que hay que escuchar. Espero que a ti y a aquellos que leen mis textos también les sirva de guía. Y, así, podamos “levantar la cabeza”, en sentido propio (cf. campaña de ATRESMEDIA, contra el uso y el abuso de las pantallas); y “levantar cabeza” (rehacerse de una situación desfavorable, resucitar, como el Ave Fénix, de sus cenizas).

      · En su libro, César Vidal no te enseña a razonar. Simplemente te presenta “lo que hay que leer, ver y escuchar” para que cada uno encuentre les “nourritures” que necesita nuestro cerebro para mantenerse en forma y crear continuamente nuevas sinapsis. Ahora bien, si seguimos el camino señalado por César Vidal y la lectura (de un libro, de un cuadro, de una película, de una obra de teatro, etc.) se convierte en una necesidad cotidiana, ésta nos ayudará a reflexionar y razonar. En efecto, la lectura en profundidad de un texto implica que somos capaces de responder a cuatro preguntas: 1. ¿De qué se habla en el texto? 2. ¿Qué aspectos del referente son abordados (i.e. qué estructura tiene)? 2. ¿Qué se dice en cada parte del textos? Y 4. ¿Qué pienso sobre lo que acabo de descubrir en el texto? Esto último nos obliga a reflexionar y a argumentar.

      · En tu comentario, haces referencia también a esa etapa de tu vida que, como hubiera dicho Ovidio, se aproxima no a pasitos sino a zancadas, en la que “lo que se te viene encima es tiempo libre” y concluyes diciendo implícitamente que el ensayo de César Vidal te permitirá llenar tus días, tus noches,... En relación con este futurible, me acabo de acordar de algo que leí hace algún tiempo y de cuyo autor no me acuerdo. Según éste, el tiempo es un poco o muy o muy muy… elástico. Esto dependen de nosotros. Si aprendemos a fabricar tiempo, entonces tendremos tiempo para todo. A pesar, como dicen los franceses, « d’avoir du pain sur la planche », si ponemos en marcha la fábrica del tiempo, podremos hacer mucho por nuestras meninges.

      · Como nos veremos pronto en carne mortal, tendremos la oportunidad de hablar de todo esto en torno a buenas viandas, regadas por buenos caldos. Un abrazo.

      Manuel I. Cabezas
      28 de mayo de 2022

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  2. Lo mismo de lo mismo, oído decir a una Profesora de Filosofía de Barcelona. Yo llamo a esto "Mutilación Intelectual".

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  3. Excelente artículo sobre una deplorable realidad.

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