jueves, 7 de febrero de 2013

(II): del concepto de "normalización lingüística".



· Desvelada la primera mentira, hoy vamos a ocuparnos de una nueva, que se asienta sobre esa primera patraña en la que se afirma, sin sonrojarse, que “el catalán es la lengua propia de Cataluña”. En efecto, de esta primera patraña, la casta política catalana ha sacado la conclusión de que había que proceder a la “normalización” del uso del catalán en todos los ámbitos (social, económico, educativo, cultural, etc.). De aquellos polvos (“la lengua propia de Cataluña es el catalán”), los lodos de la “normalización lingüística”. Ahora bien, ¿qué se entiende o habría que entender por normalización y por normalización lingüística?

· Normal. Anormal. Normalización. El contenido semántico de estas tres unidades léxicas está interrelacionado y el significado de una está delimitado por el significado de las otras. Por eso, explicitar este contenido, consultando ese templo del saber semántico que es el diccionario de la RAE, parece necesario para huir de las memeces, proferidas por la casta política y ciertos lingüistas de servicio.

· Por definición, toda unidad lingüística tiene significados diferentes. Así, “normal” es aquello que se encuentra en su medio natural; o aquello que es regular y ordinario y que se toma como norma o regla; o aquello que no es raro o que no tiene deficiencias. “Anormal” significaría todo lo contrario: lo que se halla fuera de su estado natural; lo infrecuente, estadísticamente hablando;  lo que es raro o tiene deficiencias. En fin, normalización” sería la acción y el efecto de “normalizar”: regularizar o poner en orden lo que no está, hacer que algo se estabilice en la normalidad, tipificar (ajustar a un tipo o norma), acabar con lo anormal. Ahora bien, determinar qué es “normal” o “anormal” y precisar los límites y el significado de “normalizar” y de “normalización” implica siempre un cierto grado o dosis de subjetivismo.

· Normalización lingüística. En teoría, el significado de esta expresión se desprende o se infiere de las definiciones precedentes y está muy claro. En efecto, esta expresión, aplicada a la lengua catalana, denota que el uso del catalán es considerado anormal, antinatural, raro, deficiente, ilógico; y por lo tanto, se debe hacer lo necesario para que se transforme en normal. Ahora bien, como lo acabamos de precisar, la normalización lingüística es también un concepto relativo. No es fácil ni evidente determinar cuándo se ha llegado a una situación de normalidad o cuando se ha conseguido la normalización del uso de la lengua catalana. No hay consenso ni sobre esto ni sobre los medios que hay que utilizar para conseguirlo.

· Para unos, los partidarios delbilingüismo equilibrado”, con la normalización lingüística aplicada en Cataluña, se ha llegado ya demasiado lejos: se ha practicado una radical discriminación positiva del catalán; y esto ha provocado choques de convivencia con el español, eliminándolo como lengua vehicular de la enseñanza y como lengua de comunicación en todas las situaciones formales e institucionales (Parlamento, medios de comunicación catalanes, instituciones públicas, etc.), poniendo en entredicho, no su uso social, sino su aprendizaje y su dominio funcional por parte de los ciudadanos de Cataluña. Sin embargo,  para otros, los de la casta política nacionalista —y a pesar de todo lo hecho durante 30 años y del estatus actual del catalán en todos los ámbitos formales de la sociedad catalana— el catalán sigue y está en peligro de desaparición ante el vigor de esa lengua de gran difusión que es el español.

· Ante estos balances totalmente opuestos, ¿qué dice la lingüística o un análisis objetivo, racional y desapasionado de la mal llamada “normalización lingüística” de la lengua catalana? Como ya hemos analizado y argumentado, el lenguaje y la lengua son atributos del ciudadano y nunca de un grupo social o territorio. Por lo  tanto, en ausencia de coacciones, lo normal es que, en un mismo territorio, convivan ciudadanos con lenguas propias diferentes. Ahora bien, cuando se llevan a cabo políticas lingüísticas totalitarias y autoritarias, como las de la Generalitat, se imponen, manu militari, las falsas ecuaciones siguientes: una lengua = una nación; una nación = un territorio; un territorio = una lengua. Y, como correlato, se considera anormal que en Cataluña convivan “varias lenguas propias”. Y esta situación de anormalidad debe ser normalizada, imponiendo el catalán a todos los ciudadanos de Cataluña, con independencia de su voluntad, aunque esto implique pisotear uno de los derechos fundamentales de la persona: los derechos lingüísticos, que implican el derecho a decir lo que se quiera en la lengua que el ciudadano elija en cada momento y el derecho a elegir la lengua vehicular en la educación de sus hijos.

· Desde la Revolución francesa (1789), se ha impuesto, y por este orden,  la trilogía “liberté, égalité, fraternité”. En un país libre y sin fronteras, como España, los ciudadanos son libres de instalarse donde les apetezca y deberían poder hacerlo;  y son también libres para aprender y utilizar la  o las lengua(s) que prefieran y deberían poder ejercer este derecho. Si esto sucediese, las lenguas que ofrecieran mayores ventajas y perspectivas a los ciudadanos lograrían mayor difusión y se impondrían por sí solas. Así, como lo afirma Jesús Mosterín, “la evolución lingüística y la frecuencia de uso [del catalán o del español] será la resultante de muchas decisiones individuales libres y no de una imposición política. Sólo cuando esto se haya conseguido, podremos hablar de normalización lingüística [de Cataluña y de España]”.

Coda: « Je ne demande pas à être approuvé, mais à être examiné et, si l’on me condamne, qu’on m’éclaire » (Ch. Nodier).

© Manuel I. Cabezas González
Publicado en La Voz de Barcelona (bajo el título "Del concepto de Normalización"), El Bierzo Digital, Bottup, Cerdanyola.info y Fundación para la Libertad.
8 de enero de 2013

viernes, 1 de febrero de 2013

(I): de “la lengua propia de Cataluña”

 

· La cuestión lingüística es un tema recurrente en la vida política, judicial,  educativa y también en los medios de comunicación de Cataluña. Por eso, como anuncié en otro lugar (… y el que más chifle, capador), hoy inicio la publicación de una serie de reflexiones, tituladas genéricamente “mentiras sobre la política lingüística en Cataluña”. En ellas, iré desgranando y analizando, no desde lo políticamente correcto sino desde el punto de vista de la lingüística y de las ciencias de la educación, las mentiras, propaladas  —como papagayos, sin ton ni son y sin venir a cuento—  por los seguidores de la fe nacionalista, sobre la “política lingüística” y sobre sus efectos salutíferos. Estos textos pretenden ser complementarios de otros muchos, publicados en diferentes medios, donde se ha analizado la cuestión lingüística de Cataluña desde otros puntos de vista.

· Hoy  nos centraremos en una primera mentira, recogida ya en los textos legales de Cataluña. En efecto, desde el Estatuto de Cataluña de 1979 hasta la Ley de Educación de Cataluña (LEC) de 2009 —y pasando por la Ley de Normalización Lingüística (1983), los Decretos de Bilingüismo (1992), la Ley de Política Lingüística (1998) y el nuevo Estatuto de 2006)— se afirma machaconamente que “la lengua propia de Cataluña es el catalán”. Ahora bien, esta aseveración es una afirmación gratuita y carece de toda apoyatura científica, lógica, racional y razonable. Es simplemente una invención interesada y partidista de la casta política catalana, la mayoría de la cual ha surgido del ‘todo a cien’ de los partidos”, Pilar Rahola dixit. Es, en definitiva, una patraña, la primera y fundamental mentira, que ha servido de piedra angular sobre la que se han construido, como tendremos ocasión de demostrar en otros textos, las otras mentiras sobre la normalización, la inmersión y, en general,  la política lingüística en Cataluña.

· Como he explicado en otro lugar (Lingüística para Nacionalistas- I), para las ciencias del lenguaje, lo que diferencia al hombre de todos los demás seres vivos es el lenguaje, es decir su capacidad para comunicar con otros seres humanos por medio de las lenguas naturales. Esta facultad, que es innata y virtual, se cosifica o se materializa, gracias a dos soportes (uno, social; el otro, somático), en una gran diversidad de lenguas (unas 6.000).

· A partir de esta contribución de las ciencias del lenguaje, podemos afirmar que los únicos que tenemos la facultad del lenguaje y por lo tanto una “lengua propia” somos los seres humanos que vivimos y trabajamos en Cataluña, pero nunca el territorio de Cataluña. Precisado esto, debemos constatar que, en las tierras de Cataluña, conviven seres humanos, venidos de todos los horizontes peninsulares y del mundo que, impelidos por la facultad del lenguaje, han creado una serie de lenguas para relacionarse y comunicarse con los demás. Por lo tanto, si los ciudadanos de Cataluña somos los únicos que poseemos la facultad del lenguaje, somos también los únicos que tenemos una lengua propia.

· Ahora bien, los ciudadanos catalanes no tenemos una lengua propia única, sino una “gran diversidad de lenguas propias”. En efecto, a las dos lenguas propias (español y catalán) de las dos partes más numerosas de la comunidad lingüística catalana, hay que añadir las lenguas propias de esos otros catalanes, llegados de otros puntos del planeta. Por lo tanto, afirmar que la lengua propia de Cataluña es el catalán” es hacer un uso inapropiado, interesado, manipulador, torticero y engañoso de la palabra por parte de los guardianes de las esencias nacionalistas.

· Desde el campo de la filosofía se llega a la misma conclusión. Jesús Mosterín habla de “error categorial” cuando se confunden las categorías y se usa un concepto fuera de su campo de aplicación y se traspasan las fronteras del sentido y se cae en el sinsentido. Esto sucede cuando se predica una cualidad de algo que no la tiene (por ejemplo, se puede decir del número 6 que es divisible por 3, pero no del color amarillo) o cuando se atribuyen a un sistema entero propiedades de uno de sus elementos o la inversa (por ejemplo, un país tiene propiedades —población, renta per cápita o…— que no tienen sus habitantes; y los habitantes de ese país tienen también propiedades —sexo, peso, lengua o …— que no posee el país). Así, desde el punto de vista filosófico,  podemos afirmar, con J. Mosterín, que “la lengua es un atributo de la persona, no del territorio”. Y cuando la persona (portadora de la facultad del lenguaje) se mueve, lleva consigo su lengua  o sus lenguas propia(s). De ahí que sea falso, por error categorial también, que la lengua propia de Cataluña es el catalán”. Esto sólo se puede decir o predicar de los ciudadanos de Cataluña (cf. ut supra punto de vista lingüístico).

· Al introducir, en los textos legales de más alto rango, el error categorial y la mentira de que la lengua propia de Cataluña es el catalán”, los seguidores de la fe nacionalista han seguido, a pies juntillas, las palabras que Jesús de Nazaret dedicó a Simón, hijo de Jonás, “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mateo 16:18). Y todos sabemos dónde ha llegado la Iglesia Católica. La piedra-mentira, que acabamos de desvelar y sobre la que los nacionalistas están construyendo su Arcadia feliz, está incrustada en la legalidad vigente (no confundir con la legitimidad) y ahora todo será posible, aunque todo sea un sinsentido. Aquellos que tienen unos valores y una ética, como diría Pasqual Maragall, de geometría variable, deberían reflexionar y actuar en consecuencia. Como tendremos ocasión de demostrar en otras entregas, en Cataluña, la lengua catalana es, cada vez más, un símbolo; y, cada vez menos, un instrumento de comunicación, porque la lengua ya no funciona como lenguaje, sino como bandera y como arma en la litis política.

Coda: « Je ne demande pas à être approuvé, mais à être examiné et, si l’on me condamne, qu’on m’éclaire » (Ch. Nodier).

© Manuel I. Cabezas González
Publicado en La Voz de Barcelona (bajo el título "La lengua propia de Cataluña")Bottup, la Red de Blogs Comprometidos, eldebat.cat, Euskadi Información Global, Cerdanyola.info y Fundación para la Libertad.
1 de enero de 2013