La sabiduría clásica, tradicional y popular ha adoptado la forma de máximas o aforismos intemporales. Muchos de estos adagios, henchidos de sentido común y de lógica, han llegado hasta nuestros días. En mis últimos textos, he traído a colación y he analizado las máximas latinas que rezan así: “Pan y Circo” (“Panem et circenses”) y “Divide y dominarás” (“Divide et impera”). Hoy, nos ocuparemos de esta otra máxima que dice: “Si quieres la paz, prepara la guerra” (“Si vis pacem, para bellum”).
A primera vista, esta máxima latina, atribuida erróneamente a Julio César, parece que contiene una contradicción, pero no es el caso. En efecto, la guerra es más fácil cuando una de las partes sabe que la otra es más débil. Entonces, el más fuerte intentará robarle violentamente la cartera. Es la historia del dicho popular según el cual el pez gordo, abusando de su fuerza o poder, se come al chico, punto de vista defendido por Maquiavelo en El Príncipe: “Cuando se es el poder […], no hay nada que negociar”. Sin embargo, cuando ambos contrincantes están armados hasta los dientes y preparados para la guerra, es más fácil que se mantenga la paz, la disuasión y el statu quo, ante la prudencia mutua de saber que el otro es tan fuerte como tú. Entonces, es más probable parlamentar, negociar y resolver así las diferencias, manteniendo la paz. Éste es el mensaje de la expresión latina.
Ahora bien, como recoge José Antonio Marina en un ensayo* reciente, dedicado a la inhumanidad, a la crueldad, a la sinrazón y a la insensibilidad humanas, la realidad factual contradice el mensaje de la máxima latina. En efecto, las guerras entre países vecinos o lejanos o incluso en el interior de un mismo país (guerras civiles) son una constante en la historia de la humanidad. El ser humano es, según J.A. Marina, violento y malo por naturaleza. Sin embargo, la preparación para la guerra no conduce forzosamente a la guerra, ni todo es negativo en dicha preparación. También tiene algo positivo, al menos por dos motivos.
Lo bueno de lo malo (i.e. de la preparación para la guerra)
Por un lado, como acabamos de indicar, la constatación de la preparación recíproca de los virtuales contendientes impide que, a veces, se declaren la guerra. Pensemos, por dar sólo un ejemplo, en la Guerra Fría (OTAN vs. Pacto de Varsovia: a pesar de las tensiones constantes, el miedo al otro —“la peur du gendarme”— hizo que no se declararan la guerra). Y, por el otro, en la dinámica de los preparativos para la guerra han sido creados instrumentos y medios que han sido y son aplicados civilmente en bien de la humanidad. En efecto, por dar sólo algunos ejemplos, las inversiones en los sistemas de comunicación militar han propiciado la creación, popularización y mundialización del teléfono móvil, de Internet y de las redes sociales; la investigación y la producción de las temibles y letales bombas atómicas (utilizadas en Hiroshima y Nagasaki) han facilitado la construcción de centrales nucleares civiles para producir energía eléctrica; las investigaciones balísticas han permitido también su uso civil para que el hombre pueda llegar a la luna y lanzarse a la conquista del espacio; las propuestas para el transporte militar han permitido progresos en el transporte civil, tanto terrestre como aéreo y naval; etc.
A pesar de estas consecuencias positivas y loables, no se puede bajar la guardia ante la carrera armamentista. En efecto, la historia de la inhumanidad, de la crueldad y de la sinrazón del ser humano, según J.A. Marina, demuestra que ciertos especímenes humanos (Stalin, Hitler, Putin, etc.) —desequilibrados mentales y psicópatas del poder que, en demasiados casos, llegan a detentar el poder absoluto— han desencadenado, desencadenan y están dispuestos a desencadenar conflictos o guerras con los vecinos (hoy, por ejemplo, Rusia-Ucrania; Hamas-Israel), cueste lo que cueste. De ahí, aún hoy, la pertinencia de la máxima latina “si quieres la paz, prepara la guerra”, para impedirlo.
“Homo homini lupus”
Para terminar esta reflexión, me permito citar un pasaje del ensayo de J.A. Marina sobre la naturaleza innata del ser humano y la persistencia de las guerras. Para él, en los seres humanos, se ha producido “un proceso de autodomesticación, propiciado por la invención de normas de conducta, encaminadas a controlar la agresividad y fomentar la cooperación y la convivencia pacífica. […] Hemos progresado mucho, pero nunca se ha conseguido la paz. Durante milenios, la guerra se ha considerado un fenómeno natural, una prolongación de la lucha por la vida. Los sistemas morales introducían cierto orden en el caos, pero los enfrentamientos, la violencias, las guerras no desaparecieron” (p. 75).
Si tenemos en cuenta la Historia, todo parece indicar que la violencia está en el ADN del ser humano. Y, por eso, esta constatación factual hizo escribir al comediógrafo Plutarco que el hombre es un lobo para el hombre (“Homo homini lupus”), i.e. es el mayor enemigo del hombre. Ante esta realidad, ciertos organismos internacionales (ONU, UNESCO, FAO, OMS, etc.), que se consideran antídotos contra las guerras, no han conseguido nada o muy poco. Son guaridas de una casta internacional de sanguijuelas o de estómagos agradecidos, a los que no les interesa poner fin a los problemas de violencia, de falta de educación, de hambre, de salud, etc., ya que se les acabaría la bicoca de vivir como unos rajás.
Y, por otro lado, lo mismo podemos afirmar del comportamiento infantiloide de ciertos políticos y de las organizaciones pacifistas, que se declaran antimilitaristas y que creen a pies juntillas que si no te metes con nadie, nadie se meterá contigo. ¡Craso error! La Historia está ahí, para sacarlos del craso error: “Homo homini lupus”. Por eso, las descerebradas, insensatas y oportunistas declaraciones de Pedro Sánchez sobre los gastos en defensa, en octubre de 2014, no son de recibo. En entrevista a El Mundo, a la pregunta “¿Qué ministerio sobra y qué presupuesto falta?”, respondió: “Falta más presupuesto contra la pobreza, la violencia de género... Y sobra el Ministerio de Defensa”. Así, con un par y sin despeinarse cuando, al sur de la Península Ibérica, España tiene al más importante vecino y enemigo: Marruecos, que se está armando hasta los dientes. Ahora bien, al llegar a La Moncloa (2018), ante las exigencias de la geopolítica, tuvo que rectificar, desdiciéndose, como siempre, y convirtiendo al Ministerio de Defensa en un ministerio importante, en un ministerio de Estado. Y, no sólo eso. Ahora, con Trump en la presidencia de EE.UU., España tendrá que dedicar mucho más presupuesto (al menos, el 2% del PIB, i.e. unos 14.000 millones anuales) a la financiación del paraguas de la OTAN o se quedará a la intemperie. Lo dicho, “si vis pacem, para bellum”.
(*) José A. Marina (2021), “Biografía de la inhumanidad. Historia de la crueldad, la sinrazón y la insensibilidad humanas, Ariel, Planeta, Barcelona.
© 2024 - Manuel I. Cabezas González
25 de noviembre de 2024
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