lunes, 15 de junio de 2020

DEL CONTRATO SOCIAL Y DEL INTERGENERACIONAL


El ser humano nace y es, por naturaleza, débil y vulnerable. Aislado y solo, está expuesto a todo tipo de peligros. Por eso, siempre ha vivido con otros seres humanos para hacer frente a los contratiempos y asegurarse mejores condiciones de supervivencia y de vida. Sin embargo, esta vida en sociedad sólo ha sido posible gracias a un “contrato” —primero, tácito, en las sociedades primitivas; y luego, explícito, recogido en el derecho positivo— entre los miembros de toda comunidad humana.

Del contrato social

En el siglo XVIII, uno de los que teorizó sobre el “Contrato Social” (1762) fue J. J. Rousseau. Para él, la libertad y la igualdad sólo son posibles en un Estado de Derecho, constituido sobre la base de un contrato social. Por su lado, Mostesquieu, en El Espíritu de las Leyes (1748), ya había explicitado la quintaesencia del buen funcionamiento de una sociedad regida por el “contrato social”: separación e independencia de los tres poderes fundamentales (legislativo, ejecutivo y judicial). Sólo así, con contrato y con separación de poderes, se pudo pasar de una sociedad regida por la “ley de la fuerza” a otra en la que debería imperar la “fuerza de la ley”.

Después de la IIª Guerra Mundial, se estableció también, entre las fuerzas políticas de izquierda (socialdemócratas) y de derecha (democristianos), un “contrato social europeo”, que permitió la convivencia pacífica durante más de medio siglo y que garantizó el bienestar creciente de los ciudadanos europeos. En efecto, la mayoría de éstos tuvieron trabajo asegurado, retribuido con salarios cada vez más decentes, estuvieron protegidos contra los posibles contratiempos (enfermedad, paro, jubilación, etc.) y progresaron —poco a poco, gracias a una buena formación y a un esfuerzo-sacrificio constante y encomiable— en la escala cultural, social y económica.

Ahora bien, en los estertores del s. XX y en los albores del s. XXI, este contrato social europeo empezó a hacer aguas a causa de la globalización, de la revolución tecnológica, de la economía digital, de la crisis demográfica y también de la crisis económica de 2008, agravada ahora con los nefastos daños colaterales de la pandemia del Covid 19. Por eso, el contrato social europeo ha dado paso al “efecto Mateo”, según el cual el rico se hace cada vez más rico y el pobre se hace cada vez más pobre o, dicho con palabras más castizas, «dinero llama a dinero». Y los recién llegados al mundo del trabajo y los hijos empezaron a vivir peor que sus padres, lo que propició la aparición de una brecha intergeneracional.

Del  contrato intergeneracional

En efecto, desde 2008, las fisuras en el “contrato social europeo” han provocado también la puesta en tela de juicio del “contrato intergeneracional”, existente en España. Según un pacto explícito entre grupos etarios (“modelo de reparto”), los ciudadanos activos de hoy les pagamos las pensiones a los mayores de hoy para que los activos de mañana nos las paguen a nosotros. A esto se dedica entre el 8 y el 10% de nuestros ingresos. Por otro lado, ya no es moneda de curso legal aquello de que si estudias, te esfuerzas y te sacrificas, podrás vivir mejor que tus padres y llegar a lo más alto. Según ciertos analistas (sociólogos y economistas), los jóvenes de hoy son los perdedores, tanto en expectativas como en bienestar presente y futuro, tanto de la crisis de 2008 como de la colateral crisis económica provocada por la pandemia del coronavirus. Todos los analistas afirman que los jóvenes vivirán, en general, peor que sus padres y que el ascensor social ha dejado de funcionar para la mayoría de ellos.

En este inicio del siglo XXI, en España disfrutamos aún de un “Estado de Bienestar” envidiable y envidiado, producto del trabajo duro, del esfuerzo y de los sacrificios de nuestros mayores. Además, ante la crisis económica de 2008, nuestros mayores contribuyeron a sacarles las castañas del fuego a los Gobiernos de Zapatero y de Rajoy. En efecto, en vez de dedicarse a lo que les tocaba (descansar, disfrutar de la merecida jubilación y ser cuidados), los mayores tuvieron que arrimar el hombro y ayudar a sus hijos y nietos —descapitalizándose—,  a sortear y a aliviar las consecuencias nefastas de la crisis de 2008 con sus raquíticas pensiones, con sus ahorros y con su total disponibilidad. Así, nuestros mayores apuntalaron el débil y tambaleante “Estado de Bienestar”, al tiempo que evitaron un previsible y lógico  estallido social. Con la nueva crisis económica, provocada por el Covid 19, millones de españoles volverán a vivir situaciones dramáticas y los descapitalizados mayores no podrán, en este momento, arrimar el hombro económico.

A esto habría que añadir que nuestros mayores (abuelos y padres) han sido tradicionalmente los depositarios y los conservadores de la tradición, de los “savoir-faire” y de la sabiduría en todos los campos, que transmitían diligentemente a sus descendientes. Y, en consecuencia, se les escuchaba y eran objeto de respecto y de atención por parte de sus retoños. Ahora bien, con los cambios socio-económicos y culturales, los mayores ya no tienen ni el estatus ni el predicamento del pasado. Y, además, la brecha con otros grupos etarios es cada vez mayor.

De la brecha intergeneracional y de la marginación de los mayores

Según la tradición y la sabiduría popular, es de bien nacidos ser agradecidos. Ahora bien, ¿cómo hemos tratado a nuestros mayores en las últimas décadas y, en particular ahora, con la pandemia del coronavirus? Por un lado, los hemos derribado de su merecido y lógico pedestal, considerándolos como algo inútil e improductivo que hay que desechar. Por eso, en época de vacas gordas, los hemos metido y abandonado en esas barcas de Caronte, que son las residencias de la tercera edad, para que los transporte hacia el más allá. Sin embargo, en época de vacas flacas, los hemos rescatado de las residencias, no por amor filial sino para hacer frente a la falta de liquidez, provocada por la crisis de 2008, con sus pensiones y ahorros. Y, para más inri, en los momentos críticos de la pandemia del Covid 19, fueron secuestrados en los zulos de sus habitaciones de las residencias de mayores y se les aplicó la metodología bélica del “triaje”: ante la penuria de medios, ante el número de contagiados y ante el colapso sanitario, los mayores fueron dejados a la deriva, de nuevo, en esas modernas barcas de Caronte de las residencias de la tercera edad para que bogaran y transitaran hacia el más allá en la más absoluta soledad. Y éste ha sido el caso, hasta ahora, de más de 20.000 mayores (el 71,8% de todos los fallecidos por coronavirus).

Esto no es provocar una brecha en el contrato intergeneracional. Es, más bien, escavar una profunda, amplia e infranqueable fosa, que pone definitivamente tierra y espacio por medio, entre nosotros y nuestros mayores. Esto es aplicarles la hitleriana “solución final”, a la que ministro de finanzas nipón, Taro Aso, invitaba a los ancianos japoneses: “El problema (la supervivencia del Estado de Bienestar) no se resolverá a menos que Uds. se den prisa en morir”.

¡Qué lecciones y que ejemplos estamos dando a nuestros retoños! Así sólo estamos criando cuervos que, como dice el refrán, nos sacarán los ojos. ¡Y con razón! De seguir por este camino, merecemos que nos apliquen la misma medicina. Y, sin lugar a dudas, nos la aplicarán, ya que los hijos suelen imitar a sus progenitores. Como reza esta otra paremia: el que a hierro mata, a hierro muere. Por eso, cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar. El que avisa no es traidor.

© Manuel I. Cabezas González
www.honrad.blogspot.com
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14 de junio de 2020

9 comentarios:

  1. Me ha gustado la exposición. Sólo hay una pregunta que me preocupa y que supongo muy pocos podrán responder hoy por hoy. ¿Cómo y por qué hemos llegado a esto? No creo que sea sólo "la dinámica de las cosas", como si se tratara algo mecánico o natural, como el paso de las estaciones. Y no me gustaría pensar que sea cierta una frase atribuida a Napoleón, según la cual "la Historia es una mentira con la que todos están de acuerdo".

    Saludos,
    Aguador

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    1. Estimado Aguador:

      • Una buena pregunta proporciona ya la mitad e la respuesta: “¿Cómo y por qué hemos llegado a esto?”, te preguntas. Creo que es necesario tener en cuenta que, desde hace ya varias décadas, los progenitores, la escuela, las redes sociales y la TV han estado y estamos criando “cuervos”, sin principios ni valores. Lo que prima hoy es el “carpe diem”, el consumismo desenfrenado, sin dar un palo al agua. Y, por eso, podemos afirmar, como lo hace Amador infra, que “HOMO HOMINI LUPUS”.

      • Como dice un aforismo popular, cada uno habla de la feria según le ha ido en ella. Ahora bien, hoy, la historia (o el relato de cualquier hecho) está continuamente violentada por esos “Ministerios de la Verdad” de los que habla George Orwell en “1984”, que reescriben la historia a medida de los intereses de aquellos que se han encaramado al poder y que, por ningún motivo, quieren ser descabalgados de él. Por eso, Napoleón parece tener razón, aunque no todos nos chupamos el dedo.

      Un cordial saludo.

      Manuel I. Cabezas
      17 de junio de 2020

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  2. Es verdad: los porqués son importantes para entender lo que sucede y prevenir nuestro futuro. Pero no somos tan curiosos. Generalmente caemos en las trampas a sabiendas de que son trampas. Es, como si no nos importara lo que nos ha de suceder.
    Lo que nos ocurre con nuestros mayores es que tenemos necesidad de olvidarlos. Esa es la otra cara de la moneda; se mueren tarde, cuestan dinero a todos (parientes y estado) y nos impiden hacernos con su herencia. Esta forma cruel de ver esta creciente realidad es la única que propicia el cambio generacional a plena satisfacción: muérete pronto porque ahora nos toca a los demás. Si este no es el deseo de los mismos hijos, es posible que sí lo sea de los nietos, los sobrinos, incluso cuñados o de todos aquellos que el día de mañana estarán llamados a disputarse los despojos.
    En la vida de nuestros mayores, ni la experiencia importa ni los muchos logros conseguidos por estos. Lo estamos viendo hasta en las instituciones: nos advierten de que ellos ya han vivido y priman la salud y curación de jóvenes frente a la salvación de nuestros ancianos. Hasta se les niega el auxilio.
    Y esto se ve en toda Europa, aunque con algo de escepticismo en España, es verdad, pero empieza a ocurrir.
    Pongamos las barbas en remojo: nuestros descendientes directos o bien el estado están llamados a pelearse por nuestros despojos, y cuanto antes los disfruten, mejor. Esa es la tendencia.
    Habría que crear mundos paralelos, como el de Farenheit trescientos no se cuantos, en el que los lectores se unían para continuar leyendo, o casas de salud, compradas entre varios matrimonios en pueblos remotos, asistidos de enfermeras, médico, chófer y servicio de lavandería costeado a prorrateo entre los propios viejos, fuera de parientes y sanguijuelas. Porque el grandísimo problema del viejo es perder con los años su maravillosa autonomía.

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    1. Amigo Ramón:

      • Como se decía antes, suscribo de la cruz a la raya, lo que expones en tu reacción a mi texto. Por un lado, coincido contigo en que no hay “casualidades” sino “causalidades”. Por otro lado, comparto que nos creemos todo aquello que nos cuentan los medios cayendo en las redes de sus mentiras y manipulaciones. Y nos comportamos como cigarras jaraneras y no como hormigas hacendosas; y, por eso, cuando llegue el invierno, todo serán lamentos y crujir de dientes.

      • Lo dicho, Ramón, muchos (?) o la mayoría (?) de nuestros “brotes verdes” o retoños están al acecho y esperando, como aves carroñeras, para lanzarse sobre nuestros despojos.

      Un abrazo.

      Manuel I.
      17 de junio de 2020

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  3. Sin duda una exposición perfecta del problema de las sociedades, corroborado por ese "gran agravio a nuestros mayores" verdaderos símbolos de la España en su tiempo de regeneración.
    Aquí se cumple la máxima de "HOMO HOMINI LOPUS".
    El sistema está viciado... Ortodoxo y rancio, la solución... Sin duda está en el aire, cabría una auto pregunta generalizada... "quién le pone el cascabel al gato"

    Un salydo
    Amador

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    1. Estimado Amador:

      • "¿Quién le pone el cascabel al gato?", te preguntas. Esta es siempre la pregunta que se suele plantear cuando hay que leer la cartilla a alguien y/o tomar decisiones que no son fáciles ni agradables. Creo que los afectados (los mayores) tendrían que adquirir conciencia de su poder (9 millones de votantes; en muchos casos, con poder adquisitivo superior a los que están en activo; con achaques inevitables, pero con una esperanza y una calidad de vida cada vez mayores; etc.).

      • Por eso, creo que está en sus manos el dar años a la vida y también vida a los años. Y, en consecuencia, deberían tomar algunas dosis de raciocinio y de sentido común, rebajar las dosis de sentimentalismo y no deberían tampoco dejarse llevar por la emoción. En un mundo de lobos, uno no puede ser oveja: o comes o te comen, como reza el aforismo latino que citas (“Homo homini lupus”).

      Un cordial saludo.

      Manuel I. Cabezas
      17 de junio de 2020

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  4. Yo separaría el trato que se le da a nuestros mayores por parte de sus familias (muy criticable en muchas ocasiones) y el trato que han recibido del Estado y las Comunidades Autónomas, siempre criticable. Ya sabemos que la familia puede ser buena , mala o regular y te toca la que te toca, que Dios reparta SUERTE, pero el Estado debería tratar a todos los ciudadanos exactamente igual, tengan la edad que tengan, el voto de los mayores vale igual que el de los jóvenes, sus cotizaciones a la Seguridad Social valen igual que el de los jóvenes, por qué se les ha abandonado? por qué se les ha dejado morir? Quizás la respuesta es Económica... Porque han supuesto un gran ahorro para las arcas de la Seguridad Social.... A lo mejor todo se reduce a dinero....Una vez más.

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    1. Estimada Cristina:

      • Como dice esa frase del acervo popular, “entre todos la mataron y ella sola se murió”.

      • En demasiadas ocasiones, los mayores han sido “emparedados” y puestos fuera de circulación por la propia familia después de haberlos desplumado: eran o son un estorbo y la gallina ya no daba más huevos.

      • Y, también en demasiados casos, a causa de la pandemia del Covid 19, las imprevisoras e impresentables Administraciones Públicas (Nacional y Autonómica) han utilizado el “triaje” para dejar morir, en el más absoluto desamparo y en la peor de las soledades, a miles de mayores.

      • Coincido contigo cuando afirmas que tanto los mayores como los jóvenes somos iguales ante la ley y tenemos los mismos derechos y obligaciones. La discriminación de la que han sido víctimas los mayores no es de recibo, desde ningún punto de vista y, todavía menos, desde el punto de vista del juramento hipocrático. Como apuntas, no es descartable tampoco la explicación económica. Según los medios, en abril, el pago de las pensiones por parte de la Seguridad Social se aligeró un 0,3%, lo que supone un ahorro considerable. De nuevo los mayores, muriéndose, han venido, por última vez, en socorro del saneamiento y de la liquidez de las arcas de la SS.

      Un abrazo.

      Manuel I.
      17 de junio de 2020

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  5. Querido amigo Manuel, yo creo que en tu mismo texto está la contestación a todas las preguntas: el por qué, el cuando, el cómo se desprende de tus palabras: Ahora bien, en los estertores del s. XX y en los albores del s. XXI, este contrato social europeo empezó a hacer aguas a causa de la globalización, de la revolución tecnológica, de la economía digital, de la crisis demográfica y también de la crisis económica de 2008, agravada ahora con los nefastos daños colaterales de la pandemia del Covid 19. Por eso, el contrato social europeo ha dado paso al “efecto Mateo”, según el cual el rico se hace cada vez más rico y el pobre se hace cada vez más pobre o, dicho con palabras más castizas, «dinero llama a dinero». Y los recién llegados al mundo del trabajo y los hijos empezaron a vivir peor que sus padres, lo que propició la aparición de una brecha intergeneracional.

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