Cuando uno intenta leer lo que circula por las redes sociales o cuando uno ha impartido docencia en los distintos niveles educativos, uno está obligado a constatar que algo huele mal en Dinamarca: los internautas, los escolares (adolescentes y jóvenes) y también los adultos son incapaces, en general, de redactar un texto ortodoxo y cooperador (i.e. fácil de leer). Sus mensajes son inaceptables tanto desde el punto de vista formal como del contenido. Para analizar esta triste realidad lingüística, puesta de manifiesto reiteradamente por los sucesivos informes PISA, me voy a meter en la piel del lingüista que soy, por formación (Sorbona) y por actividad profesional (UAB).
Visión global y diacrónica del proceso de escritura
En 2020, publiqué un texto en el que describía —pedagógicamente hablando y siguiendo los pasos de Aristóteles y de los que somos lingüistas textualistas— las etapas que hay que recorrer imperativamente, si queremos producir un auténtico texto y no un amasijo de frases inconexas e incomprensibles. En el precitado texto, explicité cronológicamente, dichas etapas: 1. “Euresis”: búsqueda y preparación de las informaciones pertinentes para redactar el texto. 2. “Taxis”: estructuración de las informaciones preparadas. 3. “Revisión-1”: evaluación de lo hecho en las dos primeras etapas, que nos puede devolver a las etapas recorridas (cf. 1. y 2.), para mejorarlas, o que nos habilita para pasar a la siguiente. 4. “Lexis”: redacción de la primera versión del texto, siempre provisionalmente definitiva. 5. “Revisión-2, 3,… y “Correcciones-2, 3…” correspondientes. Y 5. “Hypocrisis”: presentación definitiva del texto en la página de papel o en la pantalla del móvil, del ordenador o de la tableta (lengua escrita) o verbalización (lengua oral).
La “lexis” o redacción propiamente dicha
Hoy vamos a ocuparnos sólo de la “lexis” o redacción propiamente dicha de un texto y de las reglas que hay que aplicar imperativamente para producir un auténtico texto, cooperador y legible (fácil de leer). En otro momento nos ocuparemos de cómo buscar las informaciones pertinentes (“euresis”), de cómo organizarlas (“taxis”), de cómo revisarlas (“revisión”) y de cómo verbalizarlas oralmente y por escrito (“hypocrisis“).
Materialmente, un texto es una sucesión o rosario de frases encadenadas (i.e. en relación) y no un amasijo de frases sin conexión entre ellas. Cada frase de este rosario de frases debe respetar las reglas de la morfosintaxis de la frase y, además, las cuatro reglas que los lingüistas textualistas denominamos “reglas de buena formación textual”. Estas reglas son complementarias de las reglas de H.P. Grice. Son las siguientes.
Según la primera, la “regla de la repetición”, cada frase del texto debe, como indica su nombre, repetir una parte de la información contenida en la frase o las frases precedentes (“tema”). Ahora bien, según la segunda regla, la “regla de la progresión”, cada frase de un texto debe aportar también información nueva (“rema”), para que el texto avance informativamente hablando. Por eso, las frases “Pedro, cuando come, hace ruido. Cuando come, Pedro hace ruido. Pedro hace ruido cuando come” no son un texto, ya que repiten siempre la misma información.
En un texto cooperador (fácil de leer), la parte temática (repetición de información) ocupa el inicio de las frases, mientras que la parte remática (información nueva) ocupa las partes finales. Para ilustrar estas dos reglas, consideremos el diálogo siguiente: Pregunta: Para olvidar, ¿qué hace Pedro? Respuesta-1: Para olvidar, Pedro bebe; o Respuesta-2: Pedro bebe para olvidar. La pregunta y las dos respuestas son gramaticalmente correctas. Ahora bien, si utilizamos nuestra intuición lingüística y si queremos construir un diálogo cooperador, la combinación más natural y lógica es la respuesta-1, ya que respeta el orden canónico: primero, la repetición de la información (“Para olvidar”, “Pedro”) y, luego, la información nueva (“bebe”).
Según la tercera, la “regla de la no-contradicción” o “coherencia”, no se puede afirmar algo y, en la frase o las frases siguiente(s), afirmar lo contrario. Esto es algo a lo que nos tienen habituados tanto Pedro Sánchez, sus ministros y el “staff” del PSOE, que repiten como papagayos el mismo argumentario sobre el problema/cortina de humo del día, así como, en general, los de la casta política.
Finalmente, la cuarta regla, la “regla de la relación”, postula y exige que las relaciones que establecemos lingüísticamente sean congruentes en el mundo extralingüístico. Así, por ejemplo, con la frase “Pedro fuma habanos” establecemos una relación lingüística entre las palabras “Pedro”, “fuma” “habanos”. Y estas relaciones corresponden a una relación real en el mundo extralingüístico (i.e. entre “Pedro” y el hecho de “fumar habanos”). Sin embargo, si digo o escribo que “La puerta de mi casa fuma habanos”, esta sucesión de palabras no sería aceptable.
Coda o moraleja
Estas aportaciones de Aristóteles y de la lingüística textual permiten evaluar las producciones lingüísticas de la casta política, de los internautas y de los discentes de todos los niveles educativos. Y, además, nos permiten concluir que, en general, adolecen de deficiencias y lagunas que impiden una correcta y cooperadora comunicación tanto oral como escrita.
¿Por qué estos niveles tan deficientes de competencia textual, ratificados reiteradamente por los informes PISA? Por un lado, porque, en los centros escolares, no se han enseñado a los alumnos estas simples reglas y, por lo tanto, no las han aprendido. Por otro lado, porque no se ha inyectado en los discentes el virus/“vicio” de la lectura. En los textos diversificados y bien escritos (buenas lecturas) está todo lo necesario para adquirir y/o mejorar no sólo la competencia lingüística y textual sino también la enciclopédica (U. Eco) ya que, como rezaba el título de un programa de TV de Sánchez Dragó, “todo está en los libros”. La lectura es el bálsamo de Fierabrás, que allana el camino. Ahora bien, la lectura no es una actividad fácil. Por eso, debe ser una actividad constante y se debe también enseñar cómo leer, desde la escuela primaria, para inyectar en los discentes, en los jóvenes y los adultos, la droga adictiva de esa comunicación en diferido que es la lectura y así no sean unos “analfabetos funcionales” (Pedro Salinas): pichones fáciles de cazar con la palabra, políticamente correcta, de la analfabeta casta política, de alta cuna o de baja cama.
Entre la lectura y la escritura se establece una relación dialéctica y necesaria: no se puede aprender a redactar si no se lee, como no se aprende a hablar si no se habla; y cuanto más se escriba, mejor se lee. La “lectura” es como el “amor” del que habla San Agustín en estos términos: "Ama y, luego, haz lo que quieras" (Homilía 7, no. 8). En efecto, ambas actividades tienen un valor taumatúrgico: si uno ama verdaderamente, haga lo que haga lo hará bien; y si uno aprende a leer, lee y disfruta leyendo, entonces se podrá hacer lo que quiera y nada se resistirá, ya que “todo está en los libros”.
© 2025 - Manuel I. Cabezas González
20 de octubre de 2025