martes, 23 de septiembre de 2025

La palabra de la analfabeta casta política

 

En 2015, en el contexto de un año con numerosos procesos electorales sucesivos (elecciones andaluzas, marzo; municipales y la mayor parte de las autonómicas, mayo; catalanas, septiembre; y las generales para el Congreso y el Senado, diciembre), publiqué una texto propedéutico, titulado con el aforismo latino “Facta, non verba” (“Hechos, no palabras”). En él argumentaba sobre cómo hacer un uso informado, razonado y responsable del voto, al tiempo que proponía que, antes de depositar el voto, había que tener en cuenta lo que han hecho los candidatos (“facta”) y no lo que dijeron que iban a hacer (“verba”).

En general, la palabra y las promesas de los políticos son papel mojado o,  como reza la frase lapidaria, atribuida a Luis de Góngora y Argote, son cera y no acero. Esta forma de actuar responde al consabido axioma de la democracia formal española: “Tú, vota, calla y paga”.

Hoy, por lo tanto, no vamos a ocuparnos de la penuria de actos o de los actos lesivos (“facta”) de la casta política contra los votantes. Tampoco vamos a centrarnos en la permanente falta de palabra de la casta política, algo habitual en ella, sino en su incapacidad para elaborar un discurso coherente y cooperador, preñado de contenido. Dicho con otras palabras, vamos a ocuparnos de su analfabetismo.

Las reglas de una buena comunicación oral y escrita

Para analizar y denunciar este analfabetismo congénito de la casta política, voy a ponerme simplemente en la piel del lingüista que soy, por formación (Sorbona) y por actividad docente (UAB). Por eso, voy a recordar las 4 reglas de una buena producción lingüística, formuladas por el filósofo del lenguaje, el inglés H.P. Grice. Además, daré algunos ejemplos concretos y reales, para ilustrar la prostitución y el mal uso o el uso no comunicativo del lenguaje por parte de la casta política española, de alta cuna o de baja cama. Para ello, basta con consultar la hemeroteca de los últimos años. Así, espero desenmascarar a tanto analfabeto funcional, tanto entre la casta política como entre los “votontos”.

La primera, “regla de la calidad”, postula la obligación de no decir aquello que creemos que es falso. O, dicho con otras palabras, no se debe verbalizar aquello para lo que no se tienen pruebas objetivas y fehacientes o, simplemente, aquello que es falso. Basta con consultar la hemeroteca para tener que levantar acta de las mentiras, de las medias verdades y de los bulos que toda la casta política propala en los medios de comunicación. Ahora bien, entre todos los que no aplican esta primera regla, además de sus ministros, destaca “Pedrisco” Sánchez, hijo aventajado, como Pinocho, del viejo carpintero Jeppetto. Es tal la cantidad y la frecuencia de sus mentiras, de sus contradicciones (“cambios de opinión”, dice él) y de sus bulos  que le viene como anillo al dedo las palabras que, en 2010, le dedicó Felipe González a Zapatero: “Rectificar es de sabios y de necios tener que hacerlo a diario”. En efecto, Pedro Sánchez pasa su tiempo (mañana, tarde y noche) en rectificar lo rectificado. La solidez y la fiabilidad de su palabra son muy veletas, a pesar del ejército de asesores (varios cientos) que le preparan, cada día, en La Moncloa, lo que tiene que decir y hacer.

Según la segunda regla, “regla de cantidad”, al hablar o escribir, uno no debe enrollarse sino ir al grano. Esta regla la tenía muy clara Baltasar Gracián cuando escribió en el aforismo “105. No cansar. Lo bueno, si breve, dos veces bueno; incluso, lo malo, si poco, no tan malo. (… y añade:) El hombre largo (no tanto en estatura como en discurso) rara vez es sabio. (Y termina afirmando:) Lo bien dicho en seguida se dice”. La casta política tampoco es diligente en el respeto y aplicación de esta regla en su comportamiento lingüístico. Si no se aplica esta regla se corre el riesgo de producir textos centrados en la “función fática” (R. Jakobson). Los mensajes fáticos no vehiculan información, no aportan nada sino que sirven simplemente para mantener la conexión entre emisor y receptor, como es el caso, por ejemplo, entre dos personas enamoradas; o para impedir que el interlocutor pueda hablar, en el caso de un debate televisivo o radiofónico. En el caso del Parlamento, la Presidenta es muy condescendiente y generosa con los de su cuerda; y muy intransigente, cicatera y tiquismiquis con la oposición. Cf. Hemeroteca.

La tercera regla, “regla de la relevancia” obliga, en el caso de una entrevista, de un debate o de una intervención parlamentaria a no irse por las ramas. En efecto, en los debates y en las sesiones de control en el Parlamento, un parlamentario puede hacer una pregunta concreta y Pedro Sánchez o cualquiera de sus ministros sale por peteneras, se va por los cerros de Úbeda y se instala en Babia. Por ejemplo,  un diputado puede preguntar: “¿Cómo piensa gestionar el Gobierno la inmigración ilegal?”. Y el miembro del ramo, responder: “Uvas traigo”. Así son los debates parlamentarios españoles: genuinos debates de besugos, que responden a esta lógica parlamentaria tan española: tú, pregunta lo que quieras, que yo te responderé lo que me dé la gana. Consultemos nuevamente la hemeroteca.

Finalmente, la cuarta regla, “regla del modo o manera” se refiere a la forma en que se expresan las ideas. Hay que cuidar y mimar las formas lingüísticas, evitando la oscuridad, la ambigüedad y el desorden en la producción lingüística. Ejemplos flagrantes de violación de esta regla los tenemos cada vez que abren la boca Yolanda Díaz, alumna aventajada del actor Antonio Ozores o María Jesús Montero (la ministra “Mopongo”) o cualquiera de los ministros de “Pedrisco” Sánchez (cf. la sonoteca de videos que circulan por las redes sociales). Más que ministros y Presidente del Gobierno, parecen chonis, poligoneros y marujones. A la mayor parte de los ministros y diputados, la ciudadanía no les ponen cara y ojos. Nunca se les ha oído hablar. Son silentes: están sólo para repetir como papagayos el argumentario cotidiano y votar lo que diga el PSOE por la boca del Hermano Mayor, Pedro Sánchez, “el puto amo”, y para aplaudir como focas. ¡No dan miedo! ¡Dan asco!

En el país de los ciegos, el tuerto es el rey

En la sociedad actual, hay una serie de profesiones cuyo instrumento de trabajo es el obligado y esmerado uso de un exquisito  y ortodoxo lenguaje. Entre ellas, por citar sólo algunas, están la del juez, la de la docencia, la del periodismo,… y también la de la política.

Como acabamos de analizar, a partir del análisis de cómo se expresan los miembros de la casta, estamos obligados a concluir que son unos genuinos analfabetos funcionales. Son incapaces de aplicar los principios de Grice, base y fundamento para construir discursos ortodoxos, cooperadores (fáciles de comprender) y preñados de contenido y no de contradicciones y mentiras. Son auténticos deficientes o minusválidos lingüísticos.

Sin embargo, a pesar de este analfabetismo ---y como en el país de los ciegos, donde el tuerto es el rey--- la casta política siempre consigue arrastrar a los “votontos” a acercarse a los colegios electorales, como cándidos corderitos, cuando son llamados al matadero de las urnas. Así la casta puede seguir gozando de la moqueta, del sillón, del coche oficial,…,  amorrada a las ubres del Estado. Lo dicho: ¡Dan asco!

 © 2025 - Manuel I. Cabezas González

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21 de septiembre de 2025