domingo, 20 de noviembre de 2016

DEL ARTE DE CALLARSE





Ars bene dicendi
 · La retórica o “ars bene dicendi” tuvo su origen en la Grecia clásica de la mano, entre otros, de Anaxímenes de Lámpsaco (Retórica a Alejandro) y de Aristóteles (Retórica). Con estas obras pretendieron enseñar el arte de expresarse oralmente de manera adecuada y eficaz. Ahora bien, con el paso del tiempo, la retórica se aplicó también a la expresión escrita. Por eso, excepto durante el Romanticismo (s. XIX), la retórica siempre formó parte de los sistemas de enseñanza en Occidente. Y, por esta razón, las obras de retórica se fueron multiplicando a lo largo de los siglos.

· Entre estas publicaciones está la del Padre Bernard Lamy, “Art de parler” (1675), que tuvo mucho éxito, en su tiempo, y de la que se hicieron más de 20 ediciones. Cuando B. Lamy hizo entrega de  la misma al Cardenal Le Camus, éste, para agradecerle el gesto, le dijo: el arte de hablar “es, sin duda, un arte excelente, pero ¿quién nos escribirá ‘El arte de callarse’?” En esta anécdota está el origen del opúsculo del abate Dinouart, ‘L’art de se taire’* (El arte de callarse), que fue escrito y publicado, casi un siglo después, en 1771, habiendo sido reeditado varias veces, incluso hoy día, y traducido a otros idiomas.

El arte de callarse
· En la primera parte de su ensayo, Dinouart define lo que es el silencio. Éste no consiste sólo en cerrar el pico y abandonar el uso del lenguaje. Es también una forma de comunicación mediante sistemas de signos no-verbales; por eso, hace referencia al “silencio que habla”. El silencio concebido como el hecho de no decir nada es el paso obligado para pensar, para reflexionar, para informarse y para preparar lo que se quiere comunicar; sólo así no se utilizará la palabra o la pluma en vano y sin fundamento. Ahora bien, cuando Dinouart enumera los diferentes tipos de silencio y explicita sus causas, pone el acento en el silencio como medio de comunicación (i.e. como instrumento para decir y hacer).

· Estas dos concepciones del silencio lo conducen, en la segunda parte de su opúsculo, a explicitar y analizar los tres graves errores que se cometen cuando se habla o se escribe. Por un lado, “muchas veces, se escribe o se habla mal”, al no haber cuidado y mimado la “lexis” (redacción y revisión del texto o discurso), dedicándole el tiempo necesario; y, también, porque la competencia lingüística del que habla o escribe tiene más agujeros o lagunas que un queso gruyer. Por otro lado, añade Dinouart, “frecuentemente, se escribe o se habla demasiado”, porque no se cuida la “euresis” (preparación de lo que vamos a decir) ni la “taxis” (la estructuración de lo que se ha decidido verbalizar). Y, finalmente, “no siempre se escribe o se habla bastante”, cuando la situación lo exige. Este último error, precisa Dinouart, es el fruto de un tipo de silencio, el “silencio del miedo y de la cobardía”, que es el silencio del que calla cuando es imperativo hacer sentir la voz. Este silencio y este error son característicos del que se impone la autocensura, con el fin de autosilenciarse como disidente, amparando así al delincuente y declarándolo impune.

· Del análisis de estos tres errores, el abate Dinouart deduce los “principios necesarios para explicarse” de manera eficaz, mediante la palabra o la pluma. Me permito recordar algunos, que ponen el dedo en la necesidad de gestionar, “comme il faut”, el silencio: 1. Sólo se debe dejar de callar cuando lo que se va a decir sea más valioso que el silencio. 2. Hay un tiempo para callar (reflexionar), igual que hay un tiempo para hablar (verbalizar). 3. El tiempo de callar (reflexión) debe preceder al de hablar (verbalización). 4. Nunca se sabrá hablar bien, si antes no se ha aprendido a callar (reflexionar). 5. Uno es débil, imprudente y cobarde si calla cuando está obligado a hablar; y muestra ligereza e indiscreción, cuando habla o escribe en vez de guardar silencio. 6. Guardando silencio, uno es dueño de sí; al hablar pertenece más a los otros que a sí mismo. 6. Hay que tener mucho cuidado al hablar porque la palabra dicha no vuelve atrás. 7. Tan meritorio es explicar bien lo que se sabe como callar lo que se ignora. 8.

“¿Por qué no te callas?”
· Estas máximas de Dinouart y sus reflexiones sobre el “arte de callarse” son intemporales y, por lo tanto, de plena actualidad. Por eso, pueden ayudarnos a analizar y comprender el comercio lingüístico de los españoles, caracterizado por una “colitis verbal” aguada y, en general, previsible. Como ha escrito Javier Marías, lo raro es que aquí (en España) alguien guarde silencio, por falta de opinión fundada, por perplejidad, por prudencia, por dudas, por no tener nada que aportar. Lo habitual es que a todo el mundo se le llene la boca en seguida”. Pensemos en los “maestros Ciruela de la casta política” o en los “todólogos” (esos charlatanes de mercadillo o “philosophes du jour”, como los llamaría Dinouart, que pululan en los medios de comunicación y en las redes sociales) o simplemente en los familiares y amigos reunidos en torno a una mesa. A todos ellos, ante la verborrea desenfrenada de la que hacen gala, se les podría interpelar utilizando el “¿Por qué no te callas?” que Juan Carlos I le “espetó” al fenecido presidente Hugo Chaves

· En efecto, en España, nunca se ha escrito tanto como hoy (72.000 libros nuevos cada año, millones y millones de artículos, comentarios, tuits, WhatsApp, SMS, correos, chats, blogs,…); nunca se ha hablado tanto y en tantos foros; y nunca se nos ha sometido, en todo tipo de soportes, a tal saturación de imágenes, sonidos y mensajes. Y, por otro lado, los españoles somos muy dados a pontificar sobre lo divino y lo humano, a desparramarnos o desmelenarnos  lingüísticamente hablando, a utilizar o tomar la palabra porque tenemos que decir algo y no porque tenemos algo que decir, en vez de guardar un sepulcral e higiénico silencio. 

· Esta hipertrofia lingüística demuestra que los españoles no sabemos guardar silencio y, por lo tanto, no sabemos comunicar. Este tipo de comportamiento ha sido criticado reiteradamente, a lo largo de la historia, por muchos de los sabios que en el mundo han sido con una serie de apotegmas: Quien sabe hablar, sabe también cuando hacerlo” (Pitágoras); “Para saber hablar es preciso saber escuchar” (Plutarco); “El que callar no puede hablar no sabe” (Séneca); “Rompe tu silencio sólo si tienes algo que decir“(Abbé Dinouart); o como enseña un relato sufí, “si hemos nacido con dos ojos, dos orejas y una lengua, deberíamos ver y oír dos veces antes de hablar”. 

 · En boca cerrada no entran moscas, reza el refrán.  Pero, ¡qué lejos estamos de seguir el ejemplo de José Saramago! Un día, una joven periodista le preguntó: "Maestro, tras su primera novela, dejó de escribir durante 20 años, ¿por qué?". A lo que el autodidacta premio Nobel portugués le respondió: "No tenía nada que decir”. Los “maestros Ciruela de la casta política, los “todólogos” y los españoles, en general, estaríamos más monos si siguiéramos el ejemplo de Saramago y si abriéramos menos el pico. Así, no nos sucederá lo que le pasó a la bella, tentadora y lozana hembra del chiste que cuenta Pérez-Reverte en uno de sus interesantes textos dominicales. En una cafetería, un apuesto caballero la cubrió de caricias verbales  y, ante su reserva y su pertinaz silencio,  el caballero le rogó encarecidamente: Respóndame, por favor. Dígame algo. A lo que la Eva tentadora y de carnes prietas le respondió: “¿Pa qué? ¿Pa cagarla?” Verde y con asas: cuidado con romper el silencio, ya que podemos “cagarla”, y permitamos que hable el silencio.

© Manuel I. Cabezas González
Publicado también en Periodista Digital, BierzoDiario.com, Liverdades.com, BembibreDigital, Red de Blogs Comprometidos, FuerteventuraDigital, Noticanarias, La Tribuna del País Vasco, Cerdanyola Informa, A Fons Vallès, Las Voces del Pueblo, Crónica Popular, El Espia Digital, Agenda Roja Valencia, Periódico El Buscador y L'Independent de Barberà.
17 de noviembre de 2016

(*) Abbé Dinouart (2004, 4ª edición), L’Art de se taire, Col. Atopia, Ed. Gérôme Million, Grenoble. (Obra traducida al español por Ediciones Siruela; en 2015, ya se habían hecho 10 ediciones).

12 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Estimado Félix:

      Hecho el “mea culpa”, queda lo más difícil. Ya lo dice el refrán: una cosa es predicar y otra dar trigo. Además, desaprender algo (“hablar al sabor de la boca”) es más complicado que aprender algo. Pero, con constancia, motivación y voluntad, nada puede resistirse.

      Un cordial saludo.

      Manuel I.
      21 de noviembre de 2016

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  2. Yo solamente diré una cosa. Está bien callarse; pero en Derecho, "quien calla, debiendo hablar, OTORGA". Es verdad que hay mucho ruido mediático, las más de las veces promovido o estimulado; pero eso no nos debe impedir dar una opinión reposada acerca de lo que esté pasando.

    Saludos,
    Aguador.

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    1. Estimado anónimo (sin nombre), desalmado (sin alma) y descarado (sin cara) Aguador:

      • En efecto, como recuerda Ud., la sabiduría popular afirma que "quien calla, debiendo hablar, OTORGA". Este es uno de los tres errores explicitados por Dinouart en su “Art de se taire”. En efecto, uno de ellos es, precisamente, callarse o no hablar o escribir lo suficiente, cuando es necesario tomar la palabra o la pluma. Ahora bien, cuando se guarda silencio, como señala también Dinouart y enseña esa ciencia llamada “lingüística”, comunicamos también. Dicho de otra forma, con la palabra o con el silencio no podemos no comunicar. Los silencios pueden estar preñados de sentido y de información, y son, siempre, muy elocuentes.

      • “El mucho ruido mediático […], no nos debe impedir dar una opinión reposada”, escribe Ud. Con estas palabras expresa Ud. un deseo. Ahora bien, creo que la realidad es muy diferente. La hipertrofia lingüística es tal, en el mundo actual, que es imposible gestionar la masa de informaciones que nos inundan constantemente.

      Un cordial saludo.

      Manuel I.
      22 de noviembre de 2016

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  3. Lo decía mi abuela: Nada da más coraje, que perder la oportunidad de haber permanecido callado.

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  4. Esta reflexión de nuestro amigo es muy oportuna. Hoy, precisamente, hay un artículo de Federico motivado por:"Nunca pensé que mi improvisada diatriba contra Echenique o Echeminga-dominga, flamante teórico del neo separatismo baturro, tuviera tanta repercusión: 330.000 descargas en YouTube llevaba ayer.". A los que nos gusta escribir y lo tratamos como si estuviésemos trabajando y sabemos que lo escrito, escrito queda, ya, desde hace muchísimos años, seguimos los pasos que el autor de este artículo expresamente indica. Es notorio que la nueva ola que inunda los medios de comunicación y las redes sociales, no lo hace, ni siquiera por respeto asimismo. Pienso que esa nueva ola es reacia a estas páginas como lo será a querer ser hombre culto, entonces, ¿podrá colarse en ellas la Eva de Pérez-Reverte? ¿Ya ha estado aquí? A Federico "se lo han puesto en bandeja" pero yo, seguidor y admirador del Sr. Cabezas me quedo pensando ¿por qué y a quién van dirigidas estas reglas de oro?

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    1. Estimado Diáfano:

      • La diatriba de Federico Jiménez Losantos contra Echenique o Echeminga-dominga no la conocía. Es toda una clase magistral de historia de España y de Aragón, ante la pretensión del miembro de PODEMOS de iniciar un proceso para declarar la independencia de Aragón. He aquí el link de la diatriba audiovisual, que no tiene desperdicio:

      http://tv.libertaddigital.com/videos/2016-11-16/la-apabullante-leccion-de-historia-de-federico-al-separatista-echenique-6058642.html

      • La propuesta de Echenique o Echeminga-dominga es un ejemplo paradigmático de tomar la palabra en vano, de desperdiciar la ocasión para mantener la boca cerrada. Parece que estos de Podemos “no hablan para decir algo, sino que dicen algo para hablar”, i.e. hablan al sabor de la boca para ocupar espacios y tribunas y estar siempre en el candelero o “cadelabro” (Sofía Mazagatos, dixit).

      • Al final de tu comentario formulas una pregunta: ¿POR QUÉ y A QUIÉN van dirigidas estas reglas de oro? He reformulado unas reglas de oro, que se deberían aplicar al hablar y escribir, porque son intemporales y, en general, no se aplican. ¿Y a quén van dirigidas? A todos aquellos que piensan que deben tomar la palabra o la pluma o el ordenador, con el fin de evaluar la pertinencia de habar o de callarse. Por ejemplo, el Sr. Echenique o Echeminga-dominga hubiera quedado mucho mejor si no hubiera roto el silencio, le ha sucedido lo mismo que la chica “macizorra” del chiste Arturo Pérez-Reverte: “la ha cagado”
      Un cordial saludo.

      Manuel I.
      22 de noviembre de 2016

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  5. Pienso que es más difícil de lo que parece encontrar el equilibrio.

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    1. Encarna:

      • Tienes razón: encontrar el equilibrio entre “el hablar” y “el silencio” no es sencillo.

      • Ahora bien, creo que la dificultad no está sólo en esta disyuntiva (hablar o callarse). En cualquier situación de la vida, situarse en el punto medio o encontrar el equilibrio es algo muy, muy,… difícil de conseguir. Se puede y se debe intentar, pero conseguirlo es harina de otra costal.

      Manuel I. Cabezas
      23 de noviembre de 2016

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  6. Lo dicho en este artículo sobre los silencios y la oportunidad de hablar me parece que sirven tanto para un "roto como para un descosido". Quiero decir que en todos los niveles de la vida hay ocasiones para hablar y para permanecer callado...
    Me vienen a la memoria las tertulias de unas vecinas mías, en las que se atropellan unas a otras -oralmente hablando - y ninguna escucha porque están muy al tanto de "encajar" su idea... Más de una vez he empezado a explicar algo o dar una noticia y me he visto interrumpida por un trío de cotorras; así que he dejado la explicación para ocasión más favorable.

    Por otro lado, entiendo que a veces nos precipitemos: nuestras cosas suelen ser más "interesantes" que las de los demás... "¡Qué gente más egoísta tengo alrededor: están más nteresados en hablar de sus cosas que de las mías", decía alguien (no recuerdo qwuién...)

    Pero yo apuesto por el silencio reflexivo, atento al otro, respetuoso al que habla, vigilante de las caras y poses ajena para advertir lo profundo de lo que habla.

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  7. Perdón: en un foro tan culto como éste, he dejado dos pequeños gazapos: qwuién... y poses ajena (sin ese final...) las prisas escribiendo son como cuando se habla: salen más cosas de las necesarias, o se omite algo importante cuando no se ha pensado antes...
    Gracias por excusarme

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  8. Estimada Ceheginero:

    • Por su comentario, constato que coincidimos, de la A a la Z, en lo relativo a la gestión de los silencios y del verbo.

    • Pone Ud. el acento en el hecho de que el contenido de mi texto “sirve lo mismo para un roto como para un descosido”, i.e. es útil en muchas ocasiones o, mejor dicho preciso yo, en todas. El ejemplo de las cotorras de sus vecinas es muy ilustrativo. Además, pone Ud. el dedo, muy acertadamente, en la llaga del “egocentrismo lingüístico”: nos “pirra” hablar y que los demás nos escuchen, sin escuchar a nuestros interlocutores. Y finalmente, pone Ud. el acento, muy pertinentemente, en el “silencio reflexivo” y en la descodificación de los mensajes no verbales (gestos, mímica, entonaciones, i.e. lo que los lingüistas denominamos elementos “kinésicos”, “proxémicos” y “prosódicos”), de los que habla también el abate Dinouart, en su ensayo “L’Art de se taire”.

    • Por cierto, los elementos no verbales tienen un papel, desde el punto de vista cuantitativo, más importante que los verbales. En efecto, algunos psicolingüistas han calculado que el 60% de las informaciones las vehiculamos por medio de los códigos no verbales; y sólo el 40% lo hacemos gracias a los códigos lingüísticos. Además, con los mensajes lingüísticos podemos engañar, pero no con los mensajes no verbales, ya que normalmente son inconscientes y no podemos controlarlos.

    • En el post scriptum de su comentario, pide Ud. perdón por “dos pequeños gazapos”, que había dejado en el mismo. Los gazapos son fenómenos relativos. Los lingüistas distinguimos los “lapsus linguae” (gazapos cuando nos expresamos oralmente) y “lapsus calami” (gazapos de pluma, cuando utilizamos la lengua escrita). Tanto unos como otros se comenten por motivos diversos: cansancio, falta de atención, prisas, lagunas en la competencia lingüística, … Ahora bien, entre los lapsus se distinguen los “ERRORES” (gazapos que son el resultado de un desconocimiento de la lengua utilizada, i.e. “incorrecciones de competencia”) y las “FALTAS” (gazapos, fruto de un descuido en la elaboración de nuestro discurso, o “incorrecciones de performance”; en este caso, el que habla o escribe, al releer o al volver a escuchar lo que ha dicho, se da cuenta de las incorrecciones y es capaz de corregirlas. Por eso, las faltas son menos censurables que los errores. Con más tiempo, con menos prisas, con menos cansancio,… las faltas desaparecerán de nuestras producciones lingüísticas fufturas. Dicho esto, no debemos olvidar lo que dice un refrán clásico español: “El mejor escribano echa algún borrón”.
    Un cordial saludo.

    Manuel I. Cabezas
    23 de noviembre de 2016

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