jueves, 20 de agosto de 2020

LA ARRUGA ES BELLA

 La arruga es bella. Por Manuel I. Cabezas González

En 1973,  el que sería afamado diseñador, Adolfo Domínguez, regresó a Orense, su tierra natal, desde el extranjero, donde había adquirido una sólida formación en estética, en cinematografía (París) y en diseño (Londres). Y, acto seguido, empezó a trabajar en la sastrería de su padre, convirtiendo el lino —que su abuela sembraba, cultivaba, recogía, hilaba y tejía en su pueblo natal— en uno de los materiales preferidos para confeccionar sus prendas. Ahora bien, fue en 1984 cuando propuso su primera línea de moda femenina y, ante las quejas de sus clientas que consideraban defectuosas sus prendas de lino, creó el célebre, histórico y rompedor eslogan publicitario “la arruga es bella”.  Con este eslogan, Adolfo Domínguez se posicionó a favor de la sostenibilidad de lo natural y de lo duradero frente a lo artificioso de la “fast fashion”. En efecto, como dijo alguien, nada pasa más rápido de moda que la moda.

He traído a colación este eslogan del diseñador-creador orensano para hablar de otra arruga, también bella. En los últimos años, con la llegada de la primavera, las tiendas de ropa de España tienen listas las pilas de esos mini-pantalones o “shorts”, que hacen furor entre las niñas, las adolescentes, las jóvenes e incluso las féminas maduras. Estos “shorts”, cada vez más “mini-shorts”, muestran esa bella y sugestiva arruga que se forma, al caminar, donde la espalda de las portadoras pierde su nombre.

La moda de los “mini-shorts” está generalizada en la sociedad española. En los últimos años, con la llegada de la primavera, he podido constatar que estas naturales, sugestivas y tentadoras arrugas somáticas también florecen, fruto del vestuario desenfadado e informal de las estudiantes,  en el campus universitario de la UAB y también en los centros escolares de cualquier nivel educativo. Para curarme en salud ante las que se tildan de “feministas” (?), quiero precisar que, ni en mi lugar de trabajo (la UAB) ni en ningún otro lugar, no me molesta, sino todo lo contrario, que las jóvenes muestren los encantos de la bella arruga de sus nalgas. En efecto, sin ser un “voyeur”, no me desagrada posar la mirada en esa parte de los cuerpos veinteañeros que deambulan por el campus de la UAB de Bellaterra.

Lo apuntado no implica que yo considere apropiado y oportuno este tipo de vestuario en un recinto universitario o educativo. En una pancarta de la manifestación feminista del 8M podía leerse: “Yo decido cómo me visto y con quién me desvisto”. Ante esta aseveración,  se puede estar de acuerdo, y yo lo estoy, con la segunda parte de este eslogan (“Yo decido con quién me desvisto”), pero no con la primera (“Yo decido cómo me visto”). En efecto, según las situaciones, uno no es libre de vestirse como quiera. Más bien, está obligado, por convenciones sociales y laborales o por  prescripciones legales, a utilizar ciertas prendas vestimentarias y no otras.

Como reza el refrán, el hábito no hace al monje, pero lo significa como juez, policía, camarero, cirujano, soldado, monja,… y, como afirmó el semiólogo francés Roland Barthes tiene una función distintiva y su propia semántica: es un símbolo de autoridad, de profesión, de casta o de clase. Vestirse es como expresarse lingüísticamente: según la situación de comunicación, uno está obligado a utilizar una lengua u otra, un tipo de registro u otro; uno puede  abordar ciertos temas y no otros; uno tiene que vestirse de una forma u otra; etc. Esto es el abcé de la comunicación exitosa y de la vida armoniosa en sociedad, que exige el respeto y la aplicación de ciertas normas lingüísticas y vestimentarias.

Por eso, yo me pregunto cómo las autoridades universitarias —Rectorado, Decanatos de la UAB— o los responsables de los centros de otros niveles educativos no han puesto límites a los casi estriptis de muchas estudiantes. Basta con ponerse en la piel de los discentes, por la edad, auténticas bombas hormonales de libido desbocada. Ante estos estímulos visuales y la acción de las invisibles feromonas, disruptivos tanto los unos como las otras, es lógico que los adolescentes y los jóvenes no puedan centrarse y concentrarse en la enseñanza-aprendizaje académicos.

En otros contextos, otras autoridades han tomado decisiones para que se guarden las formas vestimentarias en los lugares públicos. Pensemos, por dar sólo dos ejemplos, en las disposiciones del Ayuntamiento de Barcelona o de otras ciudades, que prohíben pasearse por el Paseo Marítimo o las Ramblas o las calles en traje de baño o con el torso desnudo. Pensemos también en casi todas las actividades profesionales, en las que podemos identificar a los trabajadores por la forma en que van vestidos.

 ¿Por qué, entonces, en los centros de enseñanza españoles no se ha impuesto, como en ciertos tipos de centros de aquí y de acullá, un uniforme o unas normas vestimentarias que coadyuven a sacar el máximo provecho de las actividades docentes y discentes? En algunos centros y en alguna ocasión, se ha intentado. Pero los progenitores, los “todólogos” y cierta casta política han puesto el grito en el cielo, anteponiendo la libertad de los adolescentes y jóvenes al aprovechamiento académico. Y, si se limitase esta libertad, han amenazado con un nuevo motín de Esquilache. Esta actitud de los padres contrasta con la que han adoptado ante la prohibición de utilizar, en los centros escolares,  ese “gadget  de los tiempos modernos, el móvil, porque precisamente también distrae y dispersa la atención de los estudiantes, y los desmotiva.

Por otro lado, desde el punto de vista de la gestión del deseo sexual, no me resisto a establecer una analogía con la literaria “teoría del iceberg”, formulada por E. Hemingway: en un relato, no se debe contar todo y, menos aún, lo importante; esto debe ser descubierto y/o imaginado por el lector, que es co-autor del relato (Michel de Montaigne dixit) y que, como dijo R. Barthes, es el que pone el punto final al mismo con la lectura. Los sexólogos dicen lo mismo, cuando afirman que la forma de vestirse regula la libido, potenciándola o disminuyéndola. En efecto, la vestimenta puede “ocultar”, que es una forma de atraer la mirada y provocar el deseo, o puede “mostrar” todo o casi todo, que es más anti-libido.

Finalmente, desde el mundo del “feminismo”, la forma de vestir de las mujeres también ha sido objeto de reflexión. Se suele decir que el pantalón y la minifalda (en la segunda mitad el siglo XX), y los “shorts” (ahora) son tres manifestaciones de la vestimenta emancipada y emancipadora de las mujeres. Ahora bien, no todas las feministas  están de acuerdo con esta apreciación, que hizo gritar a muchas, el 8M: “Yo decido cómo me visto”. Madelaine Pelletier (1874-1939) —feminista radical donde las haya, gran activista y psiquiatra francesa— hizo una valoración muy crítica de la indumentaria femenina atrevida. Para ella, “la vestimenta provocadora de las mujeres es el símbolo de la ofrenda permanente que hacen de sí mismas al otro sexo, es como los pies deformes de las chinas, el sello de una esclavitud ignominiosa”. Y añadía: “Me visto, como acostumbro, de hombre, porque me resulta más cómodo pero, sobre todo, porque soy feminista; mi indumentaria está diciéndole al varón que somos iguales”. Además, la indumentaria osada, puntualiza M. Pelletier, pone el acento sobre el aspecto erótico de la dominación, basado en imágenes de la vulnerabilidad femenina: el tacón alto y la falda estrecha, que impiden correr; los corses, que no dejan respirar; etc.

A lo largo de la historia, en todas las culturas, se han dictado normas sobre el vestir. Hoy, sin embargo, la regulación del uso de las prendas femeninas podría parecer poco liberal o, incluso, retrógrado. Sin embardo, podemos y debemos preguntarnos donde ha quedado la libertad de vestirse bajo la presión de la dictadura de la publicidad y de las redes sociales. Por eso, uno puede estar de acuerdo con la segunda parte, pero no con la primera, del eslogan “Yo decido cómo me visto y con quién me desvisto”.

© Manuel I. Cabezas González 
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20 de agosto de 2020

sábado, 1 de agosto de 2020

CONTROL, MANIPULACIÓN Y SECUETRO DE LAS REDES SOCIALES


Corrían los primeros días de julio de 2008 cuando asistí a una conferencia de Manuel Jiménez de Parga en el Colegio de Abogados de Barcelona. El profesor, ex ministro y ex magistrado del TC disertó sobre el “régimen parlamentario” español que, a pesar de las previsiones constitucionales y como ha sucedido en otros países, se ha metamorfoseado en “régimen presidencialista”. Para él, esta transformación era la consecuencia de dos factores.

Por un lado, puso el acento sobre el tipo de partidos que existe en España y que él tildó de “partidos de empleados”. En estos partidos, los militantes y los electos son, en general, personas sin oficio reconocido y cuya biografía laboral y profesional se reduce a la vida en el partido. Por eso, están domesticados y son sumisos a los dictados del presidente del partido o del Gobierno, que puede meterlos o no en las listas; o darles o no un cargo. De estos polvos, los lodos del sistema presidencialista.

Y, por el otro, hizo hincapié en el sistema electoral español, caracterizado por tres rasgos: 1. “El bipartidismo”, instaurado provisionalmente para las elecciones de 1977; sin embargo, se convirtió en permanente. Con él, se evitó la “sopa de letras”, pero en detrimento de la representación de las minorías. 2. “Las listas cerradas y bloqueadas”, elaboradas por las cúpulas de los partidos, con candidatos, en general, de preparación y formación deficientes, pero sumisos al jefe del partido, para poder tener un medio de ganarse la vida. Y 3. “Los gastos excesivos de las numerosas campañas electorales”, financiadas por los poderosos (bancos y todo tipo de empresas), a los que hay que agradecerles el detalle, pagándoles después con decisiones y favores políticos. Ahora bien, todo esto pone en entredicho el funcionamiento democrático tanto de los partidos como del Parlamento o del Gobierno.

A pesar de estos hechos tangibles y verificables, según M. J. de Parga, no se trata de estar contra “los” partidos políticos, sino contra “estos” partidos políticos. Por eso, vaticinó el cataclismo que se iba a producir en la vida política española (fin del bipartidismo y nacimiento de nuevos partidos más radicales), como consecuencia de la incompetencia, de la prostitución y del desprestigio de la casta política española. Ahora bien, para instaurar la verdadera democracia, —que no consiste sólo en votar cada 4 años y en soportar los desmanes de la casta política— consideró que iba a ser fundamental el papel de las nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC): móviles, Internet, redes sociales, periódicos digitales y medios de transporte.

Terminada la conferencia, se produjo un animado debate. Y, ante la fe ciega de M. J. de Parga en las TIC, el que suscribe le preguntó: “Si, gracias a estas tecnologías, los ciudadanos fiscalizamos y controlamos la labor de los políticos y nos concertamos para acabar con la ‘democracia formal’ —que nos engaña, nos manipula  y que abusa de nosotros— e intentamos instaurar una ‘democracia real’, ¿cuánto tiempo tardarían los partidos tradicionales del bipartidismo, por un lado, en controlar, en manipular y en censurar las redes sociales (RR. SS); y, por el otro, en utilizarlas para hacernos comulgar con ruedas de molino, para que nada cambie?”.

 Ciberpatrullaje del tráfico en las RR. SS.

Desde la conferencia de M. J. de Parga, han pasado 12 años y los hechos le han dado, en parte, la razón: las RR. SS. han permitido que los ciudadanos se empoderen, permitiéndoles convertirse en fuentes de producción y vectores de difusión de información y de opinión, reservados para los medios de comunicación tradicionales (periódicos, revistas, radios y TV) y para esos seres, hoy desprestigiados, llamados periodistas, que son simplemente, en general, “todólogos” y la “voz de sus amos”. Sin embargo, los hechos le han dado también la razón al que suscribe: ante el empoderamiento de los ciudadanos, el gobierno socialcomunista, presidido por Pedro Sánchez, ha empezado a tomar decisiones para monitorizar, censurar, manipular y utilizar torticeramente las RR. SS.

En efecto, aprovechando que la pandemia del coronavirus pasaba por España y se instalaba en ella, el actual Gobierno socialcomunista  ha situado una amenazadora espada de Damocles sobre nuestra tambaleante democracia, sobre algunos de nuestros derechos fundamentales y nuestra libertad. Por un lado, el art. 36.6. de la denostada y criticada “Ley de Seguridad Ciudadana” de Mariano Rajoy, conocida como 'Ley Mordaza' y aprobada por el PP en 2015, ha sido aplicado más que nunca, en vez de derogarla como prometieron, por el actual Gobierno socialcomunista. Sólo en los 75 días de confinamiento, se han impuesto más de 1,1 millón de multas para sancionar a aquellos que burlaron el confinamiento.

Por otro lado, el también criticado Real Decreto-ley 14/2019, de 31 de octubre —el llamado, en los medios, “Decretazo Digital”— amplia los supuestos en los que el Gobierno de Pedro Sánchez puede intervenir las redes y cortar comunicaciones electrónicas, sin control judicial, ni siquiera a posteriori. En efecto, a los motivos de seguridad pública, de defensa de la vida humana y de emergencia, se añaden los de orden público. Ahora bien, esta intervención del gobierno puede ser considerada como un atentado contra la libertad de expresión y de información. En realidad, cercenar una web o poner cortapisas en las RR. SS. es como poner un mordaza, como proceder al clásico secuestro de publicaciones o al embargo de una imprenta. Por eso, el “decretazo digital” es, en la práctica, afirma Amnistía Internacional, una ley de excepción.

Finalmente, debemos referirnos a las declaraciones de Fernando Grande-Marlaska, a mediados del mes de abril de 2020, en plena crisis del coronavirus, para poner freno a las críticas, a las protestas y al descontento de los ciudadanos españoles a través de las redes sociales. Según el Ministro del Interior, por las redes circulan mensajes “que tratan de intoxicar, causar desasosiego y manipular a la opinión pública”. Por eso, el Gobierno socialcomunista —por medio de las unidades tecnológicas de la Guardia Civil, de la Policía Nacional y de los Servicios Centrales Especializados— monitoriza o “ciberpatrulla” las redes sociales en busca de mensajes, que no son forzosamente ilegales, pero que considera peligrosos y campañas de desinformación, que perjudican la imagen el Gobierno.

Estas declaraciones de Grande-Marlaska han puesto la mosca detrás de la oreja de muchos, ya que son concomitantes con dos iniciativas polémicas, relativas al control de la información en las RR. SS.: por un lado, la limitación del reenvío de mensajes por WhatsApp para, según Facebook, combatir los bulos y las desinformaciones; y, por el otro, el cuestionamiento de ciertas empresas periodísticas (Newtral, Maldita y Efe Verifica), contratadas por Facebook para detectar y desmontar bulos, para luchar contra la desinformación y evitar su propagación por las RR. SS..

En esta coincidencia, algunos han visto un acuerdo o  concertación clara entre el Gobierno de España, Facebook y las empresas verificadoras precitadas para neutralizar las RR. SS. y “desempoderar” a la sociedad civil. Haya habido acuerdo o no entre ellos, es muy pertinente cuestionar las intenciones y las prácticas anunciadas por el ministro de Interior, así como el papel que los propietarios de las RR. SS. juegan a la hora de controlar y difundir informaciones, i.e. a la hora de decidir qué es verdad y qué es mentira.

Sancho, contra la casta política hemos topado

El visionario M. J. de Parga vislumbró, muy certeramente, el potencial liberador de las RR. SS., para militar en favor de una auténtica democracia, más participativa y real. Sin embargo, minusvaloró el poder de reacción de la casta política. Ésta, ante el peligro de perder el pesebre y el cubil, se está defendiendo como gato panza arriba. Para ello, no ha dudado en crear “Ministerios de la Verdad” (oficiales y privados), para que “patrullen” las RR. SS., y en instaurar de facto un “Estado de Vigilancia” o “Estado Orwelliano”, que cercena los derechos fundamentales de expresión y de información, al secuestrar contenidos y/o imponer la censura previa en el comercio lingüístico propiciado por las redes sociales. Y esto, como dice N. Chomsky, “hace más daño que la bomba atómica, porque destruye los cerebros”. Y esto, como afirma Mario Vargas Llosa, es propio de todas las dictaduras, de derechas y de izquierdas, [que] practican la censura y usan el chantaje, la intimidación o el soborno para controlar el flujo de información”, poniendo en entredicho la salud democrática de un país.

© Manuel I. Cabezas González

www.honrad.blogspot.com

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2 de agosto de 2020