‘El Parlamento’ de Almagarinos (Bierzo Alto)
· Almagarinos, pedanía del Ayuntamiento de Igüeña, es
un pueblo muy pintoresco tanto por su emplazamiento como por sus gentes. Por
eso, merece una visita o, mejor, una larga y reposada estancia, sobre todo en
la estación estival. Almagarinos está colgado, como un nido de águila, en lo
alto del escarpado acantilado llamado Peñas de Aceite; y, por su ubicación,
puede ser considerado como el vigía del valle del río Tremor, sito en el Bierzo
Alto. Ahora bien, es también un lugar sin igual por sus gentes.
· En este pintoresco pueblo, hay un espacio, que no
es ni calle ni plaza o es las dos cosas a la vez, bautizado con el nombre de “El Parlamento”. Está situado enfrente
del bar Gonçalves, único bar del pueblo, regentado por la hacendosa y, además,
“cordon-bleu”, Deolinda: si pruebas sus sopas de trucha o sus patatas con corzo o
jabalí, o su abanico de platos de bacalao (como buena portuguesa que es),
seguro que querrás repetir o desearás volver cuanto antes.
· Pero, no nos perdamos y sigamos con El Parlamento.
Éste es un espacio muy concurrido y polivalente, donde los vecinos del pueblo
se reúnen, bajo una pérgola, para parlamentar; para tomar el aperitivo o las
copas de rigor (mediodía, tarde, noche y madrugada), los adultos varones y
hembras; para disfrutar con los juegos de mesa, los niños y menos niños; y para
hacer el filandón (reunión nocturna de mujeres para hilar y
charlar, RAE dixit), las mujeres
hechas y derechas; ahora bien, éstas ya no hilan, utilizando la rueca y el huso
o, más bien, lo que hilan son palabras… y palabras… y palabras…, hasta bien
entrada la madrugada.
·
Este verano
de 2015, al ver a las “filandonas”,
siempre acurrucadas en un rincón de la pérgola (cf. foto ut supra), envueltas en sus mantas o cobertores o enfundadas en sus
batas de boatiné, para protegerse del frío, e iluminadas por unas velas que les
servían, al mismo tiempo, de brasero, uno de los convecinos las bautizó con el
nombre de “las rumanas”. Al escuchar
esta denominación, como Proust con su magdalena, me vino a la mente el recuerdo
de un comportamiento lingüístico generalizado, que observé siendo niño y
mozalbete, tanto en Almagarinos como en los pueblos del Bierzo Alto. En efecto,
in illo tempore, los vecinos del
pueblo abandonaban el uso de los nombres dados en el bautismo religioso y los reemplazaban por apodos o motes, fruto de
un bautismo laico, en el que muchos
parroquianos oficiaban de sumos sacerdotes.
· Sin ánimo de ser exhaustivo y a
vuela pluma, voy a recordar algunos, para ilustrar este fenómeno lingüístico y para
que los maduros y menos maduros del lugar intenten recordar y descubrir el
prístino nombre religioso e identificar al aludido. Los que me han venido a la
mente, con la ayuda de algunos lugareños, son los siguientes: El Conde, El Pinto, Cabeza de Oro, El Fréjoli,
Pascualín, Charly, Tisso, Pedorril, ***“El Puta”, *** “El Zorro”, El Plantilla,
Porreto, El Llobín, El Perdigón, Pepe Gafas, Cutis, El Feo, El Llirón, El Cajonero o Lanfrán, Zoco,… “Que sais-je encore”?
· Estos bautizos laicos no sólo eran
individuales. También se bautizaba a colectivos, imponiendo gentilicios nuevos
a los vecinos de cada pueblo del valle del río Tremor. Así, a los de
Almagarinos, se les llamaba los saratos;
a los de Pobladura de las Regueras, los
franceses; a los de Rodrigatos, los
gatos o venteros; a los de Tremor
de Arriba, los túzaros o los túerganos; a los de Tremor de Abajo y Cerezal de Tremor,
los queicheiros; a los de la Granja
de San Vicente, los ralengos; … Y
suma y sigue.
·
Ante este comportamiento lingüístico del pasado reciente y ante esta
cascada inconclusa de motes, quiero hacer algunas precisiones y arriesgar una
explicación de los mismos. Por un lado, hay que subrayar el hecho de que sólo eran
objeto de bautismo laico los hombres, nunca las mujeres. Por otro lado, hoy, la
mayor parte están en desuso y ha desaparecido la costumbre de poner apodos a
los convecinos. Y finalmente, hay que reconocer que algunos motes tienen una
cierta dosis de mala leche o carga crítica.
·
Esto me lleva a plantear si estos apodos son, como afirmó el padre de
la lingüística moderna, el suizo Ferdinand
de Saussure, arbitrarios (p0r ejemplo, no hay ninguna razón o motivo de
llamar “mesa” a una mesa; o “perro” a un perro) o todo lo contrario,
es decir motivados. En bastantes casos, se podría establecer una relación clara
y directa, es decir motivada, entre una persona concreta y el apodo. Y esto
pondría en entredicho la teoría de F. de Saussure sobre la “arbitrariedad” del signo lingüístico.
· Para
terminar, me gustaría formular y arriesgar una explicación de estos bautizos
laicos. Durante el régimen franquista (1939-1975), la Iglesia Católica fue
omnipresente y omnipotente. Marcaba y ritmaba la vida social, cultural,
escolar, laboral, etc. de la sociedad española, imponiendo sus valores, sus
criterios y sus preceptos en todos los órdenes de la vida. Entre ellos, la
obligación de bautizar a los recién nacidos y de ponerles sólo uno o varios de
los nombres que figuran en el santoral; y, además, en español. Ante esta
imposición y como reacción a la misma, yo me pregunto si los vecinos, tanto de
Almagarinos como de los otros pueblos del valle del río Tremor, no utilizaron
precisamente el bautismo laico como vehículo o instrumento simbólico de
protesta, de resistencia y de rebeldía para contrarrestar el peso y el poder casi
omnímodo de la Iglesia.
· Esta
interpretación parece estar corroborada por el hecho de que, en la sociedad
secularizada de nuestros días, ya no se practican los bautismos laicos, para
dar apodos nuevos a las gentes de Almagarinos. Sin embargo, como he expuesto
más arriba, este verano, se volvió a los usos del pasado, cuando un convecino
calificó con el apodo de “las rumanas”
al grupo de “filandonas” del Parlamento.
Ahora bien, discrepo con la adecuación de este mote que, sin duda, ha sido
motivado por las imágenes de inmigrantes rumanas de etnia cíngara de los
suburbios de Madrid, que han aparecido en los medios de comunicación. En
efecto, las “filandonas”, por el
atrezo y la vestimenta ocasional y nocturna, se asemejan más a las televisivas
rumanas madrileñas que a las rumanas comunes; por eso, la inadecuación de
llamarlas simplemente rumanas.
· Y digo esto
con conocimiento de causa. Hace más de un lustro, tuve la oportunidad de
visitar, dos veces, la tierra del conde Drácula, Transilvania. Estuve más de
dos semanas en Cluj-Napoca, la capital de esta región de Rumanía, y pude
comprobar que los rumanos son física, social y culturalmente como nosotros, los
españoles corrientes y molientes. No podríamos diferenciarnos de ellos. Por
eso, de continuar con el apodo, propongo al oficiante del bautizo laico estival
que rebautice a las “filandonas” con
el nombre de “rumanas de etnia cíngara”
y no “rumanas” a secas. Como dice la
ley mosaica, no se debe utilizar el verbo en vano. Y así tendríamos un ejemplo
más para poner en entredicho la teoría de Saussure relativa a la “arbitrariedad” del signo lingüístico.
© Manuel I. Cabezas González
manuelignacio.cabezas@gmail.com
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23 de octubre de 2015
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