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La
lectura y la escritura. Después de
haber respondido a la pregunta “¿Qué coño es eso de la lectura?”,
hoy vamos a responder a una pregunta complementaria: “¿Qué coño es eso de la escritura?”. Entre estas dos actividades existe
una interacción dialéctica muy estrecha, como lo aseveramos los didáctólogos y
ratifican los profesionales de la escritura.
·
En efecto, para los didactólogos, la lectura y la escritura pueden ser
consideradas la misma cosa o dos aspectos de la misma cosa. No se puede
concebir la una sin la otra. Así, es imposible imaginar a un escritor que no haya sido y
sea un “gourmand” y un “gourmet” de la lectura. Además, la
lectura es el único procedimiento para llegar al lugar donde un aprendiz de
escritor puede encontrar reunidos todos los conocimientos necesarios para poder
redactar textos. Por eso, la lectura es la única forma eficaz de aprender a
escribir. Quintiliano, en “De Institutione oratorie”, ya afirmaba que, para llegar a ser un buen
escribidor, era necesario leer mucho. Finalmente, esta relación dialéctica y
coadyuvante entre lectura y escritura quedó recogida en el aforismo latino, que
reza así: “qui escribit bis legit” (quien
escribe lee dos veces, lee mejor).
·
Por su lado, los profesionales de la escritura (i.e. aquellos escribidores
que viven de la pluma) son unánimes y tienen la misma opinión: “La única forma de aprender a escribir es
leer” (Esther Tusquets); “Los mejores maestros se encuentran, sin
ninguna duda, en la estantería. No se puede aprender a escribir si no se lee”
(Elvira Lindo)”; “Forzado a dar consejo a quien quiere
escribir, sugiero seis cosas: 1. Leer. 2. Leer. 2. Leer. 3. Leer. 4. Leer. 5.
Leer. 6. Leer” (Alberto Mangel);
“El trabajo, la dedicación y las lecturas
son el camino más directo para tener éxito en la escritura” (Pérez-Reverte). Ellos, los
escribidores, lo tuvieron y lo tienen claro.
· Por lo que
respecta a la escritura, como he constatado y constato cada vez con más frecuencia
en mi actividad docente en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), los
bachilleres que llegan a la misma tampoco poseen una competencia escritural
adecuada. Ésta, como la competencia lectora, tiene también más lagunas o
agujeros que un queso gruyer. Por eso, vamos a bordar tres cuestiones en
relación con ella: ¿En qué consiste la competencia escritural? ¿Qué hay que
hacer para redactar un texto? Y ¿cómo se puede adquirir dicha competencia?
·
Competencia
escritural. Podemos describir
la competencia escritural o textual como la capacidad que permite al ser humano
actuar lingüísticamente, en situaciones de comunicación que exigen el uso de la
lengua escrita para redactar textos. Ahora bien, como en el caso de la lectura,
producir textos es una actividad compleja y, por lo tanto, difícil. De ahí que
la Comisión
Europea y los Gobiernos
de Francia y Quebec hayan preparado documentos para subsanar las lagunas en
la competencia textual de los funcionarios de todos los niveles de las
Administraciones.
·
Y si nos remontamos al
pasado, podemos citar también a Aristóteles,
que redactó su Retórica (arte de hablar de forma elegante y con corrección) para
explicar precisamente cómo había que proceder para preparar tres tipos de
textos (políticos, jurídicos y epidícticos), que debían ser verbalizados en
tres situaciones concretas de comunicación oral (el ágora, ante los tribunales
de justicia y en las festividades oficiales). Además, desde Aristóteles y a lo largo de la historia
(excepto durante el Romanticismo y en la actualidad), la enseñanza de la retórica fue
siempre una de las enseñanzas fundamentales y obligatorias.
·
Metodología
o proceso de producción de un texto. ¿Cómo proceder para
redactar verdaderos textos que sean, además, legibles y cooperadores? Para responder
a esta pregunta, podemos establecer una analogía entre lo que implica “producir un texto” y “elaborar un plato” (por ejemplo, un
estofado de ternera). En ambos casos se deben realizar cronológicamente una
serie de acciones equivalentes. En la preparación del estofado de ternera, en
primer lugar, hay que buscar y preparar todos los ingredientes; luego, hay que
verificar que no nos falta nada; sólo después podemos, respetando un orden,
empezar a combinar los ingredientes para elaborar el plato; en cuarto lugar,
debemos verificar que el plato es comible o rectificarlo, si es necesario
(añadir sal, pimienta, etc.); finalmente, debemos emplatarlo y servirlo en la
mesa.
·
El proceso a seguir para
redactar un texto es similar y no es algo nuevo. Hace más de 2.000 años, Aristóteles, en su Retórica, ya
explicó, desde un punto de vista analítico y pedagógico, el camino y las etapas
que hay que recorrer. En primer lugar, hay que transitar por la etapa de la “euresis”: búsqueda, reunión y
preparación de todas las informaciones necesarias para elaborar el texto. Es
lógico que, antes de empezar a escribir o a hablar, sepamos de qué vamos a
hablar y qué vamos a decir. En efecto, “el
sabio no dice nunca todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice”
(Aristóteles) y se debe procurar que “la
palabra dicha o escrita no se adelante al pensamiento” (Pítaco de Mitilene).
Hecho esto, hay que recorrer la etapa de la “taxis”: organización o estructuración de las informaciones reunidas
y preparadas; i.e. hay que dotar al texto en gestación de una estructura.
Preparadas y estructuradas las informaciones, es pertinente hacer una parada (“verificación I”) en el proceso de
producción del texto para evaluar lo que se ha hecho en las dos primeras
etapas. Se trata de un control de calidad para que el producto final sea
aceptable tanto desde el punto de vista del contenido como de la
estructuración. Estas tres primeras etapas constituyen la “pre-escritura” o preparación o planificación del texto a producir,
que exige 2/3 del tiempo dedicado a la escritura del texto.
·
Sólo después de esto, se puede
pasar a la “lexis”: redacción de la
primera versión del texto. Esta primera redacción del texto es una labor
complicada, compleja y difícil. Un síntoma de esto son las pausas y las
relecturas, que hacemos a lo largo de la redacción, para no perder el hilo de
nuestro texto. La quinta etapa (“verificación
II”) debe ser dedicada a la revisión-evaluación de las sucesivas versiones
del futuro texto, revisión que implica relecturas sucesivas del mismo para
detectar incorrecciones de todo tipo (contenido y forma) y proceder a
subsanarlas. En fin, la etapa final es la “hipocrisis”: la “mise en page” (distribución del
texto en la página de papel, en una situación de comunicación escrita) o la “mise en voix” (verbalización del texto,
en una situación de comunicación oral).
· El bálsamo de Fierabrás. ¿Cómo se
adquiere la competencia escritural y cómo se pueden subsanar las deficiencias y
lagunas que tienen los estudiantes universitarios y, en general, la ciudadanía
española? La escritura, como la lectura, es también algo que se enseña y se
debe aprender para que alguien se convierta en alfabeto. Ahora bien, ante las
lagunas en esta competencia, tanto en los jóvenes universitarios como en el público
en general, debemos concluir que o bien
no se ha enseñado o bien se ha enseñado mal y, por lo tanto, no se ha adquirido.
El único bálsamo de Fierabrás, la única poción mágica capaz de curar las dolencias
lingüísticas escriturales es inyectando en vena
el “coronavirus de la lectura”. En efecto,
el lugar donde están las únicas enseñanzas necesarias y eficaces para ello son
los buenos textos, redactados por escribidores competentes. Sin buenas lecturas
y sin la práctica constante de la lectura, es imposible adquirir una
competencia escritural funcional, operativa y ortodoxa. Ahora bien, para
conseguirlo, el papel de la familia, de la escuela y de los medios de
comunicación es fundamental. Como dice un refrán francés, « c’est en forgeant qu’on devient forgeron »: sólo con el
“libro,
ese amigo fiel” y la práctica de la lectura se podrá conseguir que los
estudiantes universitarios y la ciudadanía, en general, seamos cada vez más
alfabetos y menos analfabetos.
© Manuel I.
Cabezas González
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11 de febrero de 2020