·
En enero de 2012, el que suscribe denunció el engaño
y la estafa perpetrados con los nuevos planes de estudio del denostado plan de Bolonia. Por
otro lado, en junio de 2013, puso en tela de juicio la leyenda urbana según la
cual los jóvenes españoles de hoy eran la “Generación
JASP”, la generación
más y mejor formada de la historia de España. Además, en noviembre
de 2013, analizó el sinsentido y la “a-funcionalidad”
de las pruebas
de acceso a la universidad (PAU), comparándolas con el exigente y selectivo
GAOKAO chino. Finalmente,
en junio de 2014, se preguntó qué futuro espera (“… y ahora, ¿qué?”), en
general, a los graduados españoles con la formación que han recibido en la
universidad. Hoy, para continuar llevando el agua al mismo molino, quiero poner
bajo mi microscopio un aspecto concreto de la enseñanza universitaria a la
boloñesa: el de la evaluación-revaluación
de los aprendizajes de los estudiantes.
·
Tradicionalmente, tanto en la universidad como en los estudios no-universitarios,
el mes de junio era la época de la cosecha escolar. Los alumnos “hormigas-hacendosas” recolectaban el
fruto de las buenas notas y podían disfrutar merecidamente del “dolce far niente” veraniego. Sin
embargo, los alumnos “cigarras-jaraneras”
recogían sobre todo, según la jerga estudiantil, “calabazas”; por eso, éstos tenían
que pasar el verano preparando los exámenes de septiembre, para recuperar el
tiempo perdido y asimilar los saberes no adquiridos.
· Hoy, las
cosas han evolucionado en todos los niveles educativos y los veranos no son lo
que eran para los estudiantes “cigarras-jaraneras”. Para ilustrar este cambio, voy a tomar como ejemplo paradigmático
e ilustrativo la evaluación y la revaluación en la materia “Uso de la lengua francesa escrita”, una
de las asignaturas obligatorias para los alumnos de Grado de Estudios Franceses
de la UAB. Desde hace 4 años, con los nuevos planes de estudios “a la
boloñesa”, muchas cosas han cambiado en la enseñanza universitaria; incluso, en
lo relativo a la evaluación y la revaluación de los aprendizajes de los alumnos;
pero, para peor. En efecto, los exámenes de septiembre han sido eliminados y,
en su lugar, se ha establecido la revaluación en junio.
· Según
la RAE, evaluar consiste en “estimar los conocimientos, aptitudes
y rendimiento de los alumnos”. Para ello, según la Guía Docente del Grado de
Estudios Franceses, en la asignatura precitada y en la mayor parte de las
asignaturas, se debe utilizar la
evaluación continua. Por eso, el profesor debe tomar en consideración todas
las actividades realizadas por los alumnos a lo largo del curso: tanto los
exámenes parciales como los trabajos entregados al profesor y las actividades
realizadas en clase. Ahora bien, será considerado “no presentado” el alumno que haya entregado menos del 30% de los trabajos
pedidos por el profesor y que haya realizado menos del 30% de los exámenes
parciales.
· Sin embargo, aquellos alumnos que,
habiendo utilizado la evaluación continua, hayan suspendido una asignatura, tienen derecho a la revaluación y los profesores
tienen la obligación de hacerla. Pero,
entre la revaluación y la última prueba de la evaluación continua debe haber
transcurrido, como mínimo, una semana. Esto es lo que dice, en general, la “letra” de la Guía Docente sobre la
evaluación y la revaluación de cualquier asignatura; y, en particular, de la
asignatura precitada. Además, según otra normativa, los alumnos revaluados
negativamente tienen derecho a exigir una “revisión
extraordinaria” de la revaluación, revisión llevada a cabo por un tribunal
compuesto por tres profesores.
· A pesar de lo que dice la “letra de la normativa” vigente, yo siempre he intentado aplicar,
sobre todo, el “espíritu de la letra” de
la misma, en cada una de las asignaturas que he impartido. Por eso, en cada una
de ellas, siempre he argumentado y dejado claro ante los estudiantes que la evaluación más
adecuada —teniendo en cuenta la naturaleza, los objetivos, el programa y la
metodología de las asignaturas— es la evaluación continua, sin
posibilidad de revaluación, una semana después. Desde hace cuatro años y en
todas mis asignaturas, todos los alumnos, y digo todos, han estado de acuerdo
con esta propuesta lógica, razonable y razonada, y ellos y yo la hemos aplicado
a rajatabla.
· Ahora bien, el pasado mes junio-2015,
un estudiante de la precitada asignatura rompió la baraja e hizo valer, ante la
Coordinadora de Titulación del Departamento de Francés, la “letra” de la Guía Docente en detrimento
del “espíritu” de la misma y del
acuerdo adoptado el primer día de clase del semestre. Y el estudiante se
llevó el gato al agua, en base a la letra de la norma. Ante la actitud del alumno y ante la
posición de la Coordinadora de Titulación, sólo se me ocurre exclamar: ¡Qué
poco valor tiene, hoy, la palabra “ilustrada” dada o empeñada! ¡Qué poco
espacio hay, hoy, en la universidad española, para el sentido común, para los
argumentos “con fundamento” y las aportaciones de la psicopedagogía y de la
didáctica! Esto parece confirmar que “el
sentido común es el menos común de los
sentidos” y, por otro lado, que el aforismo “hablando se entiende la
gente” no es moneda de curso legal y ha pasado a mejor vida también en el
mundo universitario.
· Los hechos relatados merecen, al menos, tres comentarios
conclusivos, aunque sean lacónicos o “twiteros”. En primer lugar, la figura de la “revaluación”, una semana después
de la última evaluación, creo que no es de recibo en la mayor parte de las
asignaturas y, en particular, en una asignatura como “Uso de la lengua francesa escrita”, donde lo que está en juego es
el uso de la lengua francesa para leer
y para expresarse por escrito. Si un
alumno suspende, porque no ha adquirido las competencias necesarias para hacerlo
y no sabe leer ni redactar en francés (y esto suele suceder también en la lengua
materna), ¿qué se puede esperar de una revaluación una semana después? A no ser
que confiemos en un nuevo Pentecostés, cualquiera con dos dedos de frente puede
colegir, como no puede ser de otra manera, que se obtendría el mismo
resultado. Por eso, nunca he tomado en consideración la revaluación y siempre he preferido atenerme a la evaluación continua, que exige a los
alumnos un esfuerzo y una dedicación constantes
a lo largo de todo el curso escolar.
· En segundo lugar, debemos constatar una contradicción
en la normativa en vigor, relativa a la evaluación-revaluación de los
estudiantes. Por un lado, se propone la evaluación continua, que implica
la toma en consideración de todos los trabajos y actividades realizados
por los alumnos durante el año escolar. Pero, acto seguido, para ser evaluado,
sólo se exige que los alumnos hayan realizado al menos el 30% de los trabajos y
el 30% de los controles parciales. Exigir sólo esto no es aplicar la evaluación
continua; es simplemente un sinsentido; e implica una falta total de
coherencia.
·
Y, en tercer
lugar, llama la atención el espíritu garantista de la normativa evaluadora y el
cuidado en garantizar los intereses-derechos de los estudiantes, para
facilitarles el éxito académico. ¿Esta discriminación positiva denota y/o connota,
a las claras, que los profesores practicamos o podemos practicar la
discrecionalidad y la arbitrariedad en nuestra función evaluadora?
· Ante estas conclusiones y ante el triunfo de la “letra” y no del “espíritu” de las normas, cuando me vi obligado a revaluar al alumno “cigarra-jaranera”, me vino a la mente una
cita lapidaria de uno de
los “sketch” del
humorista J.M. Mota, que he adaptado para la ocasión, y me dije: “si
hay que revaluar, se revalúa. Pero, revaluar pa ná es tontería”. Por
imperativo legal, tuve que hacerlo y, como no podía ser de otra manera, no se
produjo un nuevo Pentecostés. Ante estos estudiantes que lo único que quieren
es aprobar sí o sí, un profesor de mi Departamento me confesó que este tipo de
estudiantes merecían recibir, como hubiera dicho Dolores de Cospedal, una “lección en diferido”: habría que
aprobarlos a la espera de que con los rigores del invierno (próximo curso y,
sobre todo, vida laboral) reciban la lección
que se merecen. Para evitar estas seguras frustraciones, espero que los
responsables académicos y también los alumnos “cigarras-jaraneras” se bajen del burro de la “letra de la ley” y empiecen a cabalgar a
lomos del corcel del “espíritu de la
misma”. Rectificar es de sabios; y perseverar en el error es de necios.
© Manuel I. Cabezas González
manuelignacio.cabezas@gmail.com
Publicado también en Periodista Digital, L'Independent de Barberà, Bembibre Digital, Periódico El Buscador, Cerdanyola Informa, Tribuna del País Vasco, Noticanarias, Diario de Teruel, Las Voces del Pueblo, Red de Blogs Comprometidos, Bierzo7, Crónica Popular, Diario de Noticias de Navarra y A Fons Vallès.
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24 de julio de 2015