· En 2013,
analicé los mensajes
icónicos de los billetes de curso legal de la Unión Europea (U.E.), que
utilizamos todos los días, sin reparar en los contenidos subliminales
vehiculados por ellos. En estos billetes
hay una simbología cargada
semánticamente, que sintetiza algunos de los valores fundacionales y fundamentales
de la U.E.: el de la apertura, el de las comunicaciones y el de la libertad. En
efecto, en el reverso, hay siempre
puentes, construcciones que permiten salvar dificultades orográficas y
que facilitan el transito, la comunicación, la cooperación, el desplazamiento
de personas, el comercio de mercancías y la conexión entre los diferentes
Estados miembros. Y, en el anverso, aparecen siempre puertas y ventanas, espacios vacíos que dan acceso
a otras realidades, a otras formas de vivir, de sentir y de ser, i.e. a otros
mundos.
·
Ahora
bien, este mensaje positivo, ilusionante y esperanzador entra en contradicción
con el mensaje, también subliminal, transmitido por la arquitectura del
Parlamento Europeo con sede en Estrasburgo. Esta sede del Parlamento, de forma cilíndrica,
parece un edificio inacabado, como la mítica Torre de Babel (cf. ut
supra fotos del uno y de la otra). Según el relato bíblico, la inconclusa
Torre de Babel representa la inestabilidad, el caos, la confusión así como la
incapacidad para rematarla. Es el símbolo del fracaso, fruto del castigo divino
por la arrogancia, la soberbia y las pretensiones desmesuradas del hombre.
·
El
parecido entre ambas construcciones es muy claro y evidente. Y, por
razonamiento analógico, podríamos afirmar que la arquitectura de la sede del
Parlamento Europeo de Estrasburgo es, a priori, pájaro de mal agüero y un mal
presagio para la empresa hercúlea (construcción de la Unión Europea), que no ha
podido ser llevada a cabo todavía ni por los mandatarios europeos del pasado ni
por los del presente. ¿Lo conseguirán los del futuro? Con los datos actuales
disponibles, parece difícil o, incluso, imposible, si el proceso de construcción
y consolidación de la futurible Unión Europea no cambia de rumbo y si no se
piensa mucho más en la “Europa de los
ciudadanos” y un poco menos en la “Europa
de los mercaderes”.
·
En un ensayo
reciente (2017), Javier Arregui (2017) lleva el agua al molino de la
precitada interpretación pesimista de la arquitectura del Parlamento Europeo en
Estrasburgo. En efecto, pone el dedo en la llaga del impasse en el que se
encuentra la construcción europea. Para él, la construcción europea ha
privilegiado las políticas de creación del mercado único europeo (la “Europa de los mercaderes”) y, por eso,
ha adolecido de la falta de unas políticas correctoras de las leyes del mercado e
impulsoras de los derechos sociales (la “Europa
de los ciudadanos”). Y esto se ha traducido en un progresivo “des-empoderamiento” de los ciudadanos y
en una serie de debilidades estructurales de la todavía non nata Unión Europea: creciente desigualdad, falta de
transparencia y de rendimiento de cuentas, desregulaciones, desmantelamiento
del Estado de bienestar, pérdida progresiva de las conquistas y de los derechos
sociales, precariedad del empleo y altos niveles de desempleo, etc., debilidades
que han desencadenado, en la ciudadanía, un profundo malestar y un creciente desencanto
hacia el proyecto europeo.
·
Por eso,
precisa J. Arregui, en la inconclusa y estancada construcción europea, hay unos
ganadores y unos perdedores. Los ganadores y beneficiarios son sólo un 20% de
los europeos, que conforman la élite política y económica (los eurófilos). Sin
embargo, los perdedores son la inmensa mayoría de los ciudadanos (el 80%), que
no han notado, en su día a día, ningún beneficio personal y tangible,
propiciado por el proceso de construcción europea (los eurófobos). De ahí que,
entre los ciudadanos de a pie, exista la percepción cierta de que las políticas
europeas favorecen más a las clases pudientes que a las populares. Y esto ha
ahondado cada vez más la brecha de las “desigualdades
sociales” y ha provocado una real “crisis
de legitimidad social” de la UE. El desafecto hacia las instituciones y
hacia todo lo que huela a Unión Europea es una realidad. Para darse cuenta de
esto, basta con pensar en el Brexit, en el crecimiento generalizado y constante
de los euroescépticos, de los eurocríticos y de los eurófobos, así como en
la resurrección de los nacionalismos y de los partidos de extrema derecha en la
mayor parte de los estados miembros.
· Ante este statu quo y para relanzar e impulsar el
proceso de integración de una auténtica “Europa
de los ciudadanos”, como preconiza J. Arregui, habría que, entre otras
cosas, potenciar una revitalización de la
democracia, reinventándola, para poner coto a los burócratas europeos y a
la casta política. Por otro lado, se tendrían que implementar “políticas inclusivas” y de “solidaridad redistributiva”, para
reducir y acabar con la brecha, cada vez mayor, de las desigualdades
económicas, sociales y culturales entre europeos. Además, se tendrían que sustituir
y/o compaginar las “identidades locales y
nacionales” con una “identidad
europea común”. Así se podría ir más allá de lo económico e instrumental y
contrarrestar el auge de los eurófobos y el resurgimiento con fuerza de los
nacionalismos. Por otro lado, se tendrían que abandonar las declaraciones
retóricas y políticamente correctas (“la
langue de bois”) para pasar a los actos, a la “política de las cosas” (“Facta,
non verba”). Finalmente y sin ánimo de ser exhaustivo, se debería poner el
acento en la formación, en general, y en la formación
lingüística, en particular, de los ciudadanos europeos. De la
comunicación nace el conocimiento de uno mismo y del otro, del conocimiento
nace la autoestima y la estima del vecino y de este conocimiento mutuo surgen
las sinergias (“identidad europea”)
para llevar a cabo un proyecto común.
·
Sin la
vista puesta en la “Europa de los ciudadanos”,
gracias a la implementación, entre otras muchas, de las medidas desgranadas ut supra, no se podrá avanzar en la
necesaria y vital construcción europea, que debe ser algo más que mercado. La “nascitura” Unión Europea o es algo más
que mercado y economía, aunque también, o no será. De esto depende que los malos
presagios de la arquitectura de la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo
sean sólo augurios y no realidad.
© Manuel I. Cabezas González
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21 de noviembre de 2018